jueves, 28 de septiembre de 2017

"Intrusión", por Tana French.


La brigada de Homicidios de Dublín dista mucho de ser lo que había soñado la detective Antoinette Conway. el único que parece alegrarse de su presencia es su compañero, Steve Moran. El resto de su trabajo es una acumulación de casos ingratos, novatadas hirientes y acoso laboral. El nuevo caso que le asignan parece sencillo: otra pelea de novios que acaba mal. Aislinn Murray es rubia y guapa. Y ha aparecido tan impecablemente arreglada como muerta en medio de su salón, al lado de una mesa dispuesta para una cena romántica. Nada tiene todo esto de llamativo. Excepto que Antoinette está segura de haberla visto antes en alguna parte. Y porque, al final, su asesinato será bien poco de los de manual. Porque otros detectives intentarán presionar a la pareja protagonista para que arresten al novio de la víctima lo antes posible. Porque al fondo de la calle donde vive Antoinette acecha una figura en la sombra. Antoinette sabe que el acoso laboral la ha vuelto paranoica, pero no es capaz de saber hasta qué punto: ¿es este caso un paso más en la campaña para echarla de la brigada o fluyen corrientes más oscuras bajo su superficie reluciente?

"Intrusión" es la sexta novela de la saga Dublin Murder Squad, una serie de novelas de misterio bastante peculiar, pues los distintos títulos no comparten siquiera protagonistas en la mayoría de los casos, por lo que pueden leerse, sin ningún inconveniente, de forma aleatoria e independiente. Sí hay lugares y personajes comunes, y sobre todo, un estilo y una forma de narrar que han convertido a Tana French en una de mis autoras fetiche dentro del género. En este caso en particular, sí nos reencontramos con los detectives Conway y Moran, que ya lideraron la investigación de la quinta entrega (a mi parecer la más floja con diferencia), aunque en este caso la narración corre a cargo de Conway, en primera persona, y no del narrador omnisciente de "Un lugar seguro".

Antoinette Conway es la única mujer de la brigada de Homicidios de Dublín. Es, además, mestiza, por lo que su piel no resulta lo suficientemente blanca para encajar en el ambiente. Dos razones de peso, sumadas a la incapacidad de Conway para vivir en silencio el acoso laboral al que la someten sus compañeros, que han convertido su día a día en una sucesión de putadas, burlas y casos insustanciales que, sin embargo, no consiguen doblegarla. Una mujer en un mundo eminentemente masculino, sometida a una presión brutal, que a ratos ya no consigue distinguir dónde acaba el acoso y dónde empieza su propia paranoia.

Y finalizando otro turno de noche más, entra el caso de Aislinn Murray. Aparentemente, otro episodio más de violencia de género. Pero cuando Conway y Moran empiezan a indagar, encontrarán demasiados flecos sueltos y demasiadas posibilidades flotando en el aire.

El punto fuerte de la narración de French está en la construcción de sus personajes. Sobre esa base, tan importante a mi parecer, construye tramas que no son el colmo de la originalidad ni de los giros imprevistos, ni falta que le hace. French pone el foco en la psicología de aquellos que van desfilando por sus páginas, e invierte gran parte de la narración en dotarlos de la complejidad necesaria. Así, consigue que Conway y Moran puedan valerse, sobre todo, de su perspicacia y su habilidad en la sala de interrogatorios para ir desvelando qué le pasó a Aislinn. El lector asiste con entusiasmo a la complicidad entre ambos detectives, la química que comparten, que nada tiene que ver con lo sexual, sino con la capacidad de leer entre líneas y dirigir su conducta y con ella, la del sospechoso, hacia el punto preciso al que quieren llegar. Cada interrogatorio se convierte en una puesta en escena en la que Moran y Conway sacan a pasear distintos personajes y tretas para llevar al interrogado al límite. Tana French fue actriz antes que autora, y pone su pasión por la actuación al servicio de sus personajes para deleite del lector, que lo pasa en grande.

Gracias a la narración en primera persona, somos partícipes también de la fragilidad de Conway, un aspecto de la protagonista que sólo conoceremos nosotros, pues su actitud es siempre beligerante y firme hacia los demás. Un pequeño lujo que, además, nos convierte en cómplices obligados de su paranoia, pues en más de una ocasión llegaremos a dudar de si realmente toda la brigada está en su contra o es ella, que empieza a sucumbir a años de acoso soterrado.

Muy trabajados están también los perfiles de los secundarios, que no se limitan a figurar sino que tienen también un rol destacado en el desarrollo y resolución de la trama. Una trama que se nos va presentando como una especie de maraña en la que cualquier opción es factible, y que vamos desenredando con lentitud y paciencia, sin demasiados giros imprevisibles ni grandes aspavientos, hacia una resolución coherente y perfectamente cerrada, que deja además un regusto amargo.

Supongo que se nota en mi reseña lo mucho que me gusta esta autora. Así que quizá he pecado y he contagiado demasiado mi entusiasmo por ella. Por eso creo que ya debo dejar caer que no estamos ante una novela negra apta para los que necesitan adrenalina por un tubo, ni para impacientes, ni para amantes de la acción elemental. Aquí no hay tiros, ni persecuciones ni apenas sorpresas. Las novelas de French requieren un tiempo para meterse en ellas, y otro tanto para salir después. Y eso a mí, siempre me pasa con las buenas historias.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

"Delirio", por Laura Restrepo.


Un hombre regresa a casa después de un corto viaje de negocios y encuentra que su esposa ha enloquecido completamente. No tiene idea de qué le pudo haber ocurrido durante los tres días de ausencia, y con el fin de ayudarla a salir de la crisis empieza a investigar, sólo para descubrir lo poco que sabe sobre las profundas perturbaciones escondidas en el pasado de la mujer que ama.

Narrada con talento y emoción, la historia principal de esta novela se fragmenta en otras que se anudan a través de personajes llenos de matices. la autora muestra en esta obra una energía narrativa fuera de lo común, en donde el suspense se mantiene hasta un final esperanzador que cierra una hermosa novela, bien construida, mejor contada y brillantemente desarrollada.



El delirio de Agustina vivía ya en ella mucho antes de que su marido la encuentre, muda y enloquecida, en una habitación de hotel. Su locura empezó antes de nacer, ya en la mente del abuelo Portulinos; y se cuajó a la sombra de la figura gigantesca de un padre riguroso y estricto y de una madre que asiste impertérrita a un catálogo inacabable de mentiras y falsedades. "Delirio" no es sino el compendio de secretos que cada familia bien barre y guarda bajo la alfombra. Pero contado como pocas veces lo hemos leído. Ahí reside su valor, y eso es lo que la convierte en una de mis mejores lecturas de estos últimos meses.

"Mentira mata mentira, dime si no es como para volverse loco."

Laura Restrepo se vale de una narrativa tremendamente densa para contarnos "Delirio". Y cuando digo "muy densa", lo digo en serio. En las más de trescientas páginas que la conforman, no hay una sola subdivisión en capítulos, y los párrafos se extienden a lo largo de varias páginas sin pausas. Los diálogos no se señalan en el texto a través de guiones o separaciones de ningún tipo, sino que nacen allá donde van a caer y se señalizan si acaso con una mayúscula. A eso hay que sumarle una sintaxis compleja, llena de oraciones yuxtapuestas, enumeraciones y localismos, y un vocabulario a ratos exuberante, a ratos barriobajero y sucio. Y como guinda del pastel, una alternancia de voces narrativas, que a su vez hacen uso indiscriminado de la primera, la segunda y la tercera persona; y que no vienen marcadas en modo alguno, por lo que es cosa tuya, lector, adivinar quién habla y en qué momento lo hace.

"Yo mientras tanto pensaba en ti, que es lo que hago cuando no quiero pensar en nada, le dice el Midas McAlister a Agustina, digamos que me fascina la textura que adquieres en el recuerdo, lisa y resbaladiza y  sin responsabilidades ni remordimientos, algo así como acariciarte el pelo, la pura sabrosura de acariciarte el pelo siempre y cuando eso pudiera hacerse sin consecuencias, mala pasada nos jugó Dios con eso de que una cosa lleva a la otra hasta que se forma la endiablada cadena que no para, te juro que el infierno debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas."

Y así, entonces, ¿cómo consigue una lectora media, del montón, como yo, disfrutar de una lectura como esta de una forma tan brutal? Pues porque del mismo modo que la Restrepo se emplea escribiendo, también lo hace dándole vida a sus personajes. Y consigue que cada cual tenga su particular forma de expresarse, para que el lector no necesite nada más para ubicarle. Se alternan las voces de Aguilar, ese marido pusilánime, falto de empaque, que despierta en el lector pena y repulsión a partes iguales; la voz del Midas McAlister, con su complejo de niño pobre y la ternura con que se dirige a Agustina, pues sólo se dirige a ella cuando habla; el abuelo Portulinus, con la cabeza llena de música y ruido; la propia Agustina, de vuelta a su niñez, recordando las visiones y las ceremonias que llevaba a cabo con su hermano pequeño. Ya veis, una galería amplia de personajes, cada uno con su propia historia que se entrelaza con la de los otros, o se mete dentro o la provoca desde otro tiempo y otro lugar.

Como telón de fondo, una Colombia tomada por el negocio del narcotráfico, en la que Pablo Escobar ordena y manda. Sin excesivas alusiones, la autora logra meternos de lleno en un país azotado por la droga, las revueltas estudiantiles y la corrupción política, y aunque no se explicita la época, es fácil deducir que nos hallamos en los ochenta, en pleno auge del Cartel de Medellín. A través de los continuos saltos temporales, no sólo ahondaremos en los entresijos de los Londoño, sino también en los de un país largamente castigado en las tres últimas décadas del siglo XX.

Me ha recordado el estilo de Laura Restrepo, tanto en la forma como en el uso particular del realismo mágico, al de la española Cristina López Barrios, cuyas novelas siempre me han conquistado. Ambas escriben como si les desbordara la historia que quiere contar, y algún lector se puede sentir apabullado o incómodo ante ese uso del lenguaje tan exuberante. Pero es cierto que la historia, ese delirio de Agustina, te atrapa y te obliga a indagar en su origen.

En definitiva, si sois de los que os dejáis atrapar con las sagas familiares, si os gusta el realismo mágico, si os quedasteis con ganas de más "Cien años de soledad" (me perdonen los puristas la comparación pero mi mente es así, y hace estas asociaciones), o si simplemente os apetece arriesgaros y leer algo diferente, probad con esta. Yo repetiré con la autora, sin duda.

viernes, 8 de septiembre de 2017

"El señor de las muñecas y otros cuentos de terror", por Joyce Carol Oates.

El señor de las muñecas y otros cuentos de terror es una excepcional colección de relatos que nos atrapa desde la primera página. Historias que nos hacen vivir en medio de emociones intensas y a veces contradictorias, pero siempre con la sospecha de que lo que sucede entre los personajes, no es exactamente como lo percibimos. La intriga unas veces, y el terror otras, nos atraen sin remedio a través de la prosa limpia y ágil de la gran Joyce Carol Oates. En «El señor de las muñecas» un joven cuenta en primera persona su afición a las muñecas desde pequeño. Según van pasando los años, colecciona muñecas que encuentra en la calle. De repente el lector empieza a sentir una extraña incomodidad. En «Soldado» el acusado de un crimen racista, al que odia todo el país, afirma que sencillamente se defendió cuando una pandilla de adolescentes intentó atracarlo. Poco a poco vamos descubriendo lo que realmente sucedió. En «Accidente por arma de fuego. Una investigación», Harma, que tiene catorce años, recibe el encargo de su profesora preferida de cuidar su casa en la zona más elegante de la ciudad mientras ella está ausente. Pronto recibirá una visita. En «Ecuatorial», un matrimonio mayor emprende un viaje científico por las islas Galápagos. Una noche Henry convencerá a Audrey de que le acompañe a una de las cubiertas del barco. En «Mamaíta», Violet no se lleva bien con su madre, y pronto entabla amistad con Rita Mae Clovis, una compañera del colegio. Un día la familia de su amiga le mostrará a Violet su gran secreto. En «Misterios S. A.», el asesino se hace pasar por un cliente interesado en ediciones raras, y nos cuenta su entrevista con Aaron Neuhaus, el dueño de la librería, al que le ofrece unos bombones en los que ha inyectado una extraña sustancia.
Joyce Carol Oates nunca ha necesitado invocar otros mundos: este mundo es lo suficientemente terrible para ella. Terrence Rafferty, New York Times Book Review

Es muy posible que el blog de Atalanta, "Un libro juntoal fuego", sea uno de los que más libros ha puesto en mis estanterías. Comparto con ella mi afición por determinados géneros y autores, y además, tiene una capacidad innata para reseñar libros que me enganchan a primera vista, y recordarme otros tantos que quise leer en su día y que se fueron quedando atrás. Este que hoy os traigo es uno de ésos que se vino a casa antes siquiera de terminar de leer su reseña. Un volumen de relatos firmado por Joyce Carol Oates, una autora a la que descubrí el año pasado y de la que, sorprendentemente, me gustan sobre todo este tipo de escritos, por encima de sus novelas. Y aunque estos cuentos de terror no me han gustado tantísimo como lo hizo "Mágico, sombrío, impenetrable" (reconozco que era tarea difícil), he disfrutado mucho de esta incursión en el particular museo de los horrores de Oates.

Quizá la característica más llamativa, y nexo común de todos los relatos, es que como ya se deja caer en la sinopsis, Oates no necesita valerse de lo sobrenatural para meter el miedo en el cuerpo al lector. "Teme a los vivos", me decía siempre mi abuela. Pues justo de eso van la mayoría de estas historias: de la violencia que ejercemos, de un modo u otro, los vivos. Cada cual con su aderezo: un poco de literatura, una pequeña dosis de exotismo, algo de crítica social y el siempre necesario crimen perfecto. Y sobrevolando la lectura, una sensación de malestar, una incomodidad creciente que acaba en desazón al cerrar cada relato.

De todos ellos me quedo con "El señor de las muñecas", que da título a este volumen y que es, quizá, uno de los más tradicionales en su construcción y el más siniestro, a mi parecer, de los seis que lo componen. No le va a la zaga "Mamaíta", un cuento actual con el que Oates me ha invitado, personalmente, a enfrentarme a uno de mis mayores miedos infantiles. No sé cómo he quedado después de su lectura, pero juraría que peor que antes. No me ha acabado de gustar, sin embargo, "Ecuatorial", que me pareció una buena idea con demasiadas páginas. Sí me conquistó "Misterios S.A.", un magnífico colofón que se centra en el clásico crimen perfecto y que viene aliñado con una buena dosis de literatura de género negro, un "bocado delicioso" para los amantes de este.

Ya os imaginaréis que os invito a adentraros en estas seis historias, a paladear la inquietud que las protagoniza y a catar el estilo de Oates en versión breve que nada tiene que envidiarla a la faceta de la autora como novelista. Personalmente, como os decía, prefiero a la cuentacuentos. Y os invito también a visitar el blog de Atalanta, y a que vayáis con el bolsillo lleno y la mente abierta. Seguro que salís de allí con algo delicioso entre manos.

martes, 5 de septiembre de 2017

"El dolor que nos une", por David Mark.

Hay personas que harían cualquier cosa por los demás. Como Philippa Longman, una abuela de 53 años con una familia que la adora, marido, tres hijos, nietos pequeños, que solo desea llegar a casa después de su trabajo en la tienda en una noche calurosa y asfixiante. Como Roisin McAvoy, una jovencísima madre de corazón de oro, una mujer leal a su marido que protege a sus amigos con uñas y dientes. Como el sargento Aector McAvoy, un hombre obsesionado con proteger a los demás, ya sea a su familia del resto del mundo o a los habitaciones de Hull, Inglaterra, de una epidemia de crímenes violentos.

Hay personas que harían cualquier cosa para vengarse. pero hay rencores que nunca mueren, que son más fuertes que la bondad, y pronto estos tres espíritus afables aprenderán la misma lección: a las buenas personas también les suceden cosas malas.




Esta es una de ésas veces en las que uno se lanza a la aventura sin referencias de ningún tipo, dejándose llevar por una corazonada. Quise saber qué había detrás de esa chica que hace equilibrismos, de espaldas a nosotros, sobre la vía del tren. Y averiguar también qué tenía de especial su historia para que la publique dentro de su catálogo de Policíaca una editorial como Siruela. Y el resultado fue una sorpresa muy, muy grata.

"No todo el mundo es asesinado por alguna razón extravagante, sargento. a veces es tan simple como que hay gente estúpida u horrible, o directamente mala."

A pesar de esa imagen inicial, es un hombre el alma de "El dolor que nos une". El sargento McAvoy, que antes de esta ya ha protagonizado dos novelas más (autoconclusivas), un tipo enorme, con un estricto sentido de la moral, absolutamente atípico en su comportamiento, que para nada casa con el antihéroe que le pega a todos los vicios y que vive atormentado por su pasado. Vale, quizá sí hay un poquito de esto último, pero no pesa demasiado en la trama, no es, digamos, determinante a la hora de construir la personalidad del personaje. Flanqueando al bondadoso gigantón, dos mujeres de armas tomar: Roisin, su esposa, y Trish Pharaoh, su compañera, de la que yo me he enamorado completamente por todo lo que esconde tras su fachada de cabrona de primer orden. Y alrededor de ellos, un entramado de secundarios que no se limitan a ser meros figurantes. También en ellos invierte David Mark un pequeño espacio, para construirles y establecer nexos comunes entre ellos, convirtiéndolos más en personajes y menos en meras excusas al servicio del asesino.

Como telón de fondo una ciudad, Hull, tomada por el negocio de la droga, en la que las bandas campan a sus anchas creando un microcosmos que se rige por la coacción, la extorsión y el chantaje. Y sobre ella, un cielo plomizo, gris. Un calor grisáceo que da lugar a una atmósfera crispada, que se palpa en el aire y en las maneras de los habitantes de la ciudad. Una ambientación sencilla pero muy trabajada, que está presente de forma constante y que consigue crear inquietud y malestar.

Estamos ante una novela muy cuidada, como veis, en todos los aspectos. David Mark se toma su tiempo para construir, revelar, ambientar, sin perder el pulso narrativo, manteniendo una intriga que carece de ése ritmo vertiginoso que a veces esperamos en un thriller, pero que no decae en ningún momento. Bien hilada, coherente, pero sin giros bruscos ni imprevistos en exceso. "El dolor que nos une" se puede leer cómodamente sin haber leído las dos entregas anteriores, aunque es probable que si os animáis con esta, acabéis como yo, con las dos anteriores ya a buen recaudo.