jueves, 28 de diciembre de 2017

Mejores Lecturas 2017

El que más y el que menos, en estas fechas, no puede evitar echar la vista atrás para ver qué le ha dejado el año que se va. Yo no soy muy de propósitos, ni buenos ni malos, ni de hacer memoria, pero sí me gusta volver sobre esas lecturas que, de alguna forma, han marcado mi año lector.

Siempre, siempre, me sorprende esta lista. No suelo puntuar en modo alguno los libros que leo, así que la mecánica para elegirlos es sencilla: releo mi listado de lecturas y me quedo con las que me provocan un pellizco en el estómago al leer su título. Lo hacen por distintas razones, pero como sea, ahí están, provocando algo. Han salido diez, del mismo modo que pudieron ser más o menos. Y el orden es totalmente aleatorio. Pero estos son los títulos que me llevo de 2017.

  

Dos meses tardé en leer "Hacia rutas salvajes", de Jon Krakauer, que novela el periplo del joven Chris McCandless por los bosques de Atlanta, en busca de una vida más sencilla y menos material. Una lectura muy pausada, poblada de reflexiones y emocionalmente, para mí, muy dura. Aún no he sido capaz de ver la adaptación cinematográfica. Igualmente dura fue la lectura de "Nada se opone a la noche", mi estreno con Delphine de Vigan, donde la autora francesa reconstruye la figura de su madre fallecida recientemente.
Mucho menos amargo fue mi primer encuentro con Shirley Jackson, la gran dama del terror, que me conquistó de pleno con "Siempre hemos vivido en el castillo". Su protagonista, Merrycat, es de las que se quedan con uno para siempre.

  

Magnífica la prosa de Marcelo Luján en "Subsuelo", un thriller bastante alejado de los cánones, y una de las lecturas más sugestivas de este año. Y bastante poco habitual también la narración del desamor entre Gae y Delia en manos de Margaret Mazzantini en "Nadie se salva solo" , una novela incómoda y difícil de digerir para el que ha pisado el lodazal en el que sus protagonistas se hallan inmersos.

Sorprendentemente, sólo encuentro dos autores españoles en esta lista. El primero es Lorenzo Silva, un autor que lleva años acompañándome y que me sorprendió muy gratamente con "Música para feos", planteando una deliciosa historia de amor muy alejada de las aventuras protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro.
El otro autor patrio que me ha conquistado este año ha sido David B. Gil, con una historia ambientada muy lejos de aquí, en el Japón medieval, y que ha sido, para mí, la gran sorpresa de este 2017, enamorándome con un género y una trama que están en las antípodas de mis lecturas habituales: "El guerrero a la sombra del cerezo".

  
"Casa de verano con piscina" me descubrió la voz narrativa de Herman Koch, un tipo valiente y poco convencional en sus planteamientos. 2018 será, espero, el año de "La cena", su novela más conocida. También espero repetir con Margaret Atwood después del mazazo de "El cuento de la criada", la distopía que la autora escribió allá por los ochenta y que nos pone los pelos de punta, hoy más que nunca. Quizá mi mejor lectura de este año.

 

Y otro nombre de mujer, en este caso de una autora colombiana, cierra mi lista. El "Delirio" de Laura Restrepo se cuela en este lista a pesar de lo complejo y denso de su lectura, un esfuerzo que merece la pena hacer para desentrañar el mal que aqueja a su protagonista.




jueves, 14 de diciembre de 2017

"El ardor de la sangre", por Irène Némirovsky.

Todo ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde, aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí, emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación.

Cuando me toca hacer frente por primera vez a una autora tan aclamada como Irène Némirovsky, tengo por costumbre hacerlo con alguna de sus novelas menos conocidas. Es algo así como dejarse el mejor bocado para el final. En este caso, supongo, la gran obra sería "Suite francesa". Por eso voy a postergarla, y por eso mismo decidí empezar por "El ardor de la sangre", una obra quizá menor de la autora, que vio la luz por primera vez en 2004, muchos años después de su muerte en Auschwitz.

"El ardor de la sangre" se ambienta en la campiña francesa, a principios de los años treinta. Confieso que el entorno rural no acaba de seducirme, quizá porque la niña que yo fui no siente tan lejos esa sociedad cerrada, poblada de gente bien, cuyo sonido más característico es el de la murmuración. En donde yo me crié, también se hablaba de los hijos que eran de otro padre, o de los hombres que visitaban a escondidas a mujeres casadas que luego iban a comulgar.

Partiendo de esa misma premisa, Némirovsky traza una novela de personajes, en la que el narrador, Silvio, actúa apenas como observador de las vidas de los demás, y su presencia sólo tendrá cierta relevancia al final, cuando se acaben de destapar todos los secretos. A través de sus ojos, conocemos a su prima Hèléne y a su esposo, François, un matrimonio perfecto en apariencia; a la hija de estos, Colette, y a su esposo, Jean Dorin, cuya trágica muerte destapará la caja de los secretos y las habladurías. Némirovsky nos propone un viaje al interior de sus personajes, a su psicología y su pasado, al tiempo en que se dejaron llevar por una pasión que ahora resuena, lejana y absurda, en sus cabezas.

Hay algo, claro, de crítica social en esta novela breve, pero hay, sobre todo, una exaltación del amor más puro, el que sólo se puede vivir a ciertas edades, ese que nos enloquece. Y en contraposición, la perspectiva de ese mismo ardor visto tras el paso de los años, con la distancia que otorga el tiempo y la vejez.

Me ha gustado, en general, mi primer acercamiento a Némirovsky, aunque tengo que confesar que también me ha sabido a poco, y no me refiero a la extensión de la novela, que supera apenas las ciento cincuenta páginas, sino a falto de profundidad. También acusa cierta falta de ritmo, quizá por su carácter intimista, que se solventa, precisamente, por su brevedad. Pero sin duda, seguiré indagando en la obra de la autora ucraniana.