viernes, 27 de octubre de 2017

"La ira y el amanecer", por Renée Ahdieh.

Cien vidas por la que tomasteis. Una vida por cada amanecer.

En una tierra regida por un monstruoso califa, cada nuevo amanecer rompe el corazón de una familia. Día tras día, el rey contrae matrimonio con una joven que al alba es ejecutada.

Si falláis una sola vez, os arrebataré vuestros sueños, os arrebataré vuestra ciudad. Y os arrebataré estas vidas multiplicadas por mil.

Por eso es un misterio cuando una desconocida se presenta voluntaria para casarse con él. Esa misma noche, ella empieza a contarle una historia.

Yo no estoy aquí para luchar. Estoy para ganar.

Y por primera vez, la aurora no llega teñida de rojo.

Os juro que viviré para ver todos los atardeceres posibles. Y que os mataré. Con mis propias manos. 


Tengo amigas que me obligan a leer libros, bien sea a través del chantaje, valiéndose de armas infalibles como café y chocolate, bien sea a través de la orden y el puñetazo en la mesa. Son adorables, aunque no lo parezcan. El ejemplar que leí de "La ira y el amanecer" acabó en mi bolso después de que uno de estos seres hurgara en él y lo dejara ahí. Las órdenes llegaron después. Léelo. Y cállate. A sus órdenes, mi capitana. Pero ya os digo que ahora tengo mi propio ejemplar...

"La ira y el amanecer" nace con intención de ser un retelling, moderno y juvenil, de "Las mil y una noches". Pero se queda en la intención, ya que una vez mediada la novela, los acontecimientos viran y el argumento de la novela se aleja cada vez más del clásico recopilado por el cuentacuentos Abu Abd-Allah. Supongo que es necesario aclarar, en este punto, la predilección que tenemos en casa por el original. No soy yo la culpable esta vez, sino mi santo esposo, que lo leyó muy jovencito y que ha ido acumulando distintas ediciones a lo largo de los años. Así que inevitablemente, mi predisposición era muy buena.

En ese sentido, pues, me ha fallado la novela de Renee Ahdieh. Porque como os decía, abandona pronto la premisa inicial y la historia de Sherezade se va por la vía de lo romántico, olvidándose de las historias que cada noche ha de contar al califa si quiere amanecer con vida. Aún así, la autora introduce un elemento de intriga que, conmigo al menos, ha funcionado a la perfección. Confieso que devoré las páginas queriendo saber más del pasado de Jalid. Y que poco a poco, me fui prendando del personaje.

Uno de los aspectos que más me ha gustado ha sido la recreación del mundo árabe medieval: palacios de mármol, olor a azahar, polvo de desierto y los aromas propios del té. Ahdieh escribe bonito y sencillo (no olvidemos que estamos ante una novela juvenil), aunque se le va un pelín la mano con las metáforas (especialmente con todo lo que se refiere a los ojos refulgentes, brillantes, ambarinos y no sé cuántas cosas más, cuando el personaje en cuestión no necesita de tanto adorno para que uno se enamore de él hasta la médula).
La intriga está bien dosificada y los personajes construidos con tino, convirtiendo a Sherezade en una heroína rebelde, fuerte y con carácter, que va a ensombrecer al mismísimo rey de Jorasán, el malvado califa que poco a poco se irá revelando ante nuestros ojos como un ser muy distinto al que esperábamos.

Lo bonito de tener amigas que leen es que, de no ser por ellas, uno no llegaría a ciertos libros jamás. Y yo me habría perdido una novela entretenida, amable, que regala unas horas de pura evasión y que te deja con el romántico subido para toda la semana (esto ya me lo advirtieron y no me lo creí, me gusta hacerme la dura pero es todo fachada). Sé que muchos de los que comentáis aquí habitualmente me diréis que esta novela no es para vosotros. Y probablemente así sea. Pero si os tienta aunque sólo sea un poquito, adelante.

miércoles, 18 de octubre de 2017

"Kant y el vestido rojo", por Lamia Berrada - Berca.

«Desear un vestido rojo es un pecado espantoso si eres mujer. Porque de entrada el primer pecado es darse cuenta de que es -en definitiva es la verdad- una mujer; porque el segundo pecado es creer ingenuamente que es una mujer como las demás, que podría expresarse como las demás; porque el tercer pecado es decirse que al fin y al cabo sí que puede desear algo y expresarlo; porque el cuarto pecado es tener un deseo propio que hace tomar consciencia de que podría tener una existencia propia; porque el quinto pecado es querer existir en toda regla, y el sexto pecado le hace decir ingenuamente que necesita creerlo, y entonces llega el séptimo pecado , el séptimo pecado hace que surja en ella la idea de que es un individuo.»

La joven en cuya cabeza pululan estas palabras vive en un suburbio de París, tiene una hija de diez años y un marido que ha trazado para ellas un plan lleno de fronteras. La joven en cuya cabeza pululan estas palabras ha visto un vestido rojo en un escaparate, ha intentado comprarlo pero no puede. Piensa en que quizás, algún día, su hija pueda ponérselo en su nombre. Desea que, algún día, su hija se lo ponga en su nombre.

La joven madre que desea el vestido rojo no sabe leer. Sin embargo, acaba de llevar a casa un libro que ha encontrado en el descansillo de su piso. Podría ser del vecino, pero lleva varios días ahí y no lo ha recogido. Ella no sabe leer, pero su hija sí. Ese libro no puede estar ahí por casualidad. ¿Quién es ese Kant que habla de atreverse, de conocerse, de la necesidad de ilustrarse, de saber, para ser un individuo completo, una persona? La joven madre no es una joven madre cualquiera. Es francesa, pero no es blanca ni católica. La joven madre de esta novela es un fantasma que se esconde tras un burka.

Qué mezcla de sensaciones me deja esta historia, qué sabor tan agridulce, en todos los aspectos que podáis imaginar. En las pocas páginas que la conforman conviven la belleza y el horror, la esperanza y la negación. Y en mi caso en particular, también han cohabitado distintas sensaciones a lo largo de su lectura. En ocasiones me he sentido realmente zarandeada por la tragedia de esa joven que vive tras el burka, pero en otras tantas también he tenido la sensación de que la autora se queda en la superficie, en el cliché, y no ahonda tanto como quisiera aparentar en ciertas cuestiones.

Porque la postura inicial, el punto de partida, es quizá demasiado obvio. Una mujer joven, de religión musulmana, madre de una niña, que vive parapetada tras un burka que ella no ha escogido llevar. Hasta aquí todo bien, pero plano, sencillo y muy mascado. Y a mí me habría gustado que Lamia Berrada se atreviera a introducir algún elemento que rompiera con lo esperado. Por ejemplo que ella sí hubiese elegido, en algún momento, llevar ese burka. Que hubiese en la protagonista, despojada incluso de nombre propio, una aceptación previa, aunque fuese errónea. O que el marido no fuese un puro cliché, eso también habría estado bien. Pero la autora francesa se limita a dar vida a una joven a la que siempre se le ha dicho qué hacer, cómo actuar, qué llevar, adónde ir. Probablemente la realidad de muchas mujeres en el mundo, en eso llevará razón. Quizá soy yo a la que le gusta complicar demasiado las cosas.

A pesar de ello, hay pasajes en la narración realmente bonitos, otros tantos que de verdad te zarandean, que te incomodan. Como mujer, me llevaban los demonios. Al fin y al cabo, todas hemos querido llevar, alguna vez, un vestido rojo, que aquí no es más que un símbolo de la libertad. Estudiar, crecer, conducir, acostarte con quien te plazca, tener o no tener hijos. No importa el qué, lo que importa es el poder elegir. Acercarte a la tienda, que se halla al traspasar los límites establecidos, tocar el vestido, dejarlo caer sobre el cuerpo, querer llevarlo y llevarlo.

Curioso el revulsivo que la autora elige para marcar el punto de inflexión en la historia de la mujer. Ni más ni menos que un libro de Immanuel Kant, filósofo de la Ilustración y autor de la "Crítica de la razón pura", abandonado bajo su felpudo. Una lectura que la joven no puede abordar, porque nunca aprendió a leer, pero que irá desgranando con la complicidad de la niña. Y que la llevará a desear, cada vez con más fuerza, el vestido rojo.

Como veis, una historia breve pero poblada de ingredientes atípicos, a pesar de ese punto de partida más trillado del que os hablaba al principio. Algo atípico resulta también el estilo de la autora, que se mueve entre lo aséptico (se refiere a sus protagonistas como "la mujer", "el hombre", "la niña") y lo lírico, con fragmentos realmente intensos, bonitos y muy visuales. Mención aparte merece la estupenda edición de DeBolsillo para esta novela, con tapa dura y una tamaño como para llevártela al fin del mundo. Acompañan al texto de Lamia Berrada las preciosas ilustraciones de María Angulo Aguado, todas ellas en tonos grises con elementos rojos, muy acorde con el contenido y el tono de la historia. Una lectura ideal para salir de los géneros y los temas de siempre.

viernes, 13 de octubre de 2017

"Mi nombre era Eileen", por Ottessa Moshfegh.


La Navidad ofrece muy poco a Eileen Dunlop, una chica modesta y perturbada atrapada entre su papel de cuidadora de un padre alcohólico y su empleo administrativo en Moorehead, un correccional de menores cargado de horrores cotidianos. Eileen templa sus tristes días con fantasías perversas y sueña con huir a una gran ciudad. Mientras tanto, llena sus noches con pequeños hurtos en la tienda local, espiando a Randy, un ingenuo y musculoso guardia del reformatorio, y limpiando los desastres que su padre deja en casa.

Cuando la brillante, guapa y alegre Rebecca Saint John hace su aparición como nueva directora educativa de Moorehead, Eileen es incapaz de resistirse a esa milagrosa e incipiente amistad. Pero en un giro digno de Hitchcock, el cariño de Eileen por Rebecca la convierte en cómplice de un crimen.


Encontré a Eileen cuando más la necesita, sumida en una feroz apatía lectora, empezando y abandonando libros a razón de dos al día, sin encontrar lo más mínimo a lo que agarrarme para querer seguir leyendo. Y mira por donde, tuvo que llegar un personaje como ella, tan detestable, tan peculiar, para capturar mi interés. De forma ligera al principio, como una simple curiosidad, y a lo grande a partir de la primera mitad de la novela. Gracias Eileen.

"Una mujer adulta es como un coyote: puede pasar con muy poco. Los hombres son más como gatos caseros. Déjalos en paz durante mucho tiempo y mueren de tristeza".

Iba con la lección aprendida, he de confesar. Alrededor de la primera novela de Ottessa Moshfegh han pululado de forma insistente los nombres de Hitchcock, Highsmith y Thompson. Como para no inflarle a uno las expectativas. Lo chocante, en estos casos, es que no decepcione, tan acostumbrados como estamos a fajas y recomendaciones grandilocuentes. Pero lo primero que llama la atención de "Mi nombre era Eileen" es esa atmósfera tan oscura, tan densa, que remite (DE VERDAD) a los clásicos de la novela negra. En el pueblo sin nombre en que vive todo es deprimente, sucio, árido. No se respira en ningún sitio ni una pizca de calidez: desde el sótano en que Eileen se alivia las tripas hasta los helados despachos de Moorehead, todo es lúgubre, triste y agobiante a más no poder.

Visto así, igual alguien se pregunta qué anima a seguir leyendo una novela que se ubica justo en medio de la más absoluta desolación. Pues Eileen. Ella es el enganche, ella es la trama, ella es el alma de las casi trescientas páginas en las que vamos a acompañarla. Un personaje que está en las antípodas de la heroína que cabe esperar. Eileen es egoísta, es en ocasiones detestable, es apática, invisible. Pero también es humana, asquerosamente real. Y tiene un sentido del humor bastante retorcido. Tanto que en alguna ocasión me ha arrancado alguna sonrisa que yo misma me habría reprobado. Ya sabéis que de ciertas cosas no debe uno reírse.

"Un corte en la vena, el coche que derrapa de madrugada en la interestatal helada, un salto desde el puente de X-ville. o simplemente echar a andar océano Atlántico adentro, si quería. Moría gente sin cesar. ¿Por qué no iba a morir yo?"

Eileen es la mayor virtud de la novela, pero también se convierte en su mayor lastre. Porque el personaje se hace tan grande que la trama que Monshfegh ha creado para ella se queda un poquito corta. Capítulo a capítulo, uno se va creando unas expectativas que no acaban de cumplirse hasta ya muy avanzada la historia. No se trata de un discurrir lento de la narración, eso no habría sido un problema, sino más bien de una falta de acción elemental, una sensación inminente de que va a ocurrir algo que nunca llega. Sí lo hace , claro, pero que ciertos giros hagan acto de presencia tan tarde implica que el ritmo de las tres primeras partes se vuelva demasiado irregular, con pequeños bajones y cierta sensación de reiteración.

Además de Eileen, el otro anzuelo al que agarrarse viene de la mano de la autora, que hace uso de una prosa que a mí me ha conquistado. Un estilo muy visual  que consigue que el lector evoque las imágenes con total claridad (más aún aquellas que no quiere ver), y que se alterna con algunos pasajes donde la prosa se vuelve casi lírica, para segarla de cuajo más tarde retomando el primero. Como si el carácter de Eileen, que narra su historia en primera persona, se plasmara a la perfección en su forma de contarlo.

Como veis, una novela diferente, alejada de convencionalismos en muchos aspectos, y con un personaje principal al que merece la pena conocer, sobre todo para aquellos paladares que disfrutan de las historias poco edulcoradas.

viernes, 6 de octubre de 2017

"Un café a las seis", por Pilar Muñoz Álamo.


Raquel se dispone a acudir a una cita de compañeros de promoción organizada por su amiga Lourdes después de 25 años, aunque en el fondo siente que no debería ir; una parte del pasado, que no la ha dejado vivir en paz, podría estar esperándola en el hotel donde tendrá lugar la celebración. 

Ansía ese encuentro tanto como lo teme. Porque aquello de lo que ha estado alimentándose a lo largo de su vida podría dejar de ser real. O atraparla para siempre. 
Unas veces, no podemos huir del pasado. Otras, no deseamos escapar de él.

«Un café a las seis» es una historia intensa, emotiva, reflexiva, visceral. Una historia escrita con el corazón. De las que te hacen sentir.



Raquel es una más de tantas. Un poco de tu madre, o de mi hermana o de nuestra vecina del primero. Una mujer que es invisible hasta que alguien necesita una camiseta limpia o un bocadillo para llevar. A Raquel la asfixia la rutina del día a día, pero apenas es consciente de ello. Se ha olvidado de que tiene unos vaqueros ceñidos en el armario que le quedan de puta madre, de que el sexo no es una coreografía ensayada y repetida hasta el hartazgo y de que una vez se enamoró como una cría. A todo eso lo sepultó el paso del tiempo, otra vida que eligió ella, sin más coacciones que la ignorancia. Un paso mal dado al que le sigue otro, y otro más. No penséis que Raquel es infeliz. Tiene dos hijos por los que daría la vida, una relación de pareja cómoda, un trabajo y amigos. Pero no está llena.

Pilar Muñoz vuelve a poner al frente de su historia a un personaje aparentemente anodino, una mujer más, y nos invita a escarbar en sus recovecos, en su verdadera complejidad. A través de la narración en primer persona, somos testigos de excepción de sus miedos y sus esperanzas. Porque ese reencuentro va a servir para obligarla a mirar atrás y volver a ver cada instante en que claudicó, cada elección hecha dando prioridad a otros, sin querer anteponer lo que ella deseaba realmente. Una revisión de errores que la han llevado hasta el lugar donde está.

¿Qué he estado haciendo yo? Toda la vida esperando sin saber a qué, [...] dejando transcurrir el tiempo, lamentándome por lo que perdí, quitándome la frustración a guantazos. deseando tal vez que un rayo cayera del cielo y partiera mi mundo en dos para volver a empezar, porque yo sola no tenía las agallas de hacerlo. He sido una cobarde de mierda. Ahora lo sé. El temor a lo que pudiera venir fuera peor que lo que dejaba me ha tenido atada y amordazada durante años. A medio vivir. Y hay veces en que hay que dejarse morir para poder optar luego a vivir con plenitud.

Siempre me ha gustado el modo en que Pilar Muñoz retrata a sus personajes femeninos, mujeres fuertes y valientes escondidas tras la fachada de lo cotidiano, mujeres que han cometido errores pero que tienen el valor de sobreponerse a ellos y seguir mirando hacia adelante. A Raquel le cuesta un mundo digerir los suyos, y al final, ese reencuentro con ese amor de la juventud no es más que un detonante, la chispa necesaria para que todo su mundo salte por los aires.

Y siempre me ha gustado, sobre todo, su forma de contarlo. Esa intimidad que sabe crear con sus lectores, una conexión que apela a lo emocional, valiéndose de los sentimientos como vehículo para contar una historia, un lenguaje que todos entendemos.

Quizá no me ha gustado tanto algo que ocurre en la última parte del libro, que sirve como una especie de justificante ajeno para las decisiones que toma Raquel. No puedo ir más allá sin desvelar algo que no debiera, pero sí os cuento que habría preferido que ocurriese de otro modo, aunque quizá eso hiciera que Raquel no saliese tan bien parada. Sobre el final, aún estoy decidiendo si me dejo llevar por mi parte racional o me lío la manta a la cabeza y gana el pulso mi yo emocional, el que se decanta por creer en el azar y el destino.

He disfrutado, como ya lo hice con las anteriores, la nueva novela de Pilar Muñoz. Me ha encantado perderme en la vorágine emocional en que se ve inmersa Raquel, volver con ella a los años de la juventud y la universidad, pensar en cómo las pequeñas decisiones que vamos tomando nos conduce por caminos a los que nunca esperamos llegar. Una historia bonita y bien contada, apta para casi cualquier lector.