Sonia conoce a Knut en un foro literario
de internet y, a pesar de los setecientos kilómetros que los separan, establece
con él una particular relación marcada por la obsesión y la extrañeza. Entre la
atracción y la repulsión, no puede evitar sentirse fascinada por este personaje
insólito y perfeccionista, que vive fuera de toda norma social y que la corteja
a través de suntuosos regalos robados. «Le gustaba ir siempre bien vestido,
incluso para ir a robar una simple lata de conservas. Tan joven y hablando de
escritores del XIX. Filosofando. Cuestionándolo todo. Teorizando sobre el
individuo y el grupo, y la hipocresía social, y los chivos expiatorios, y Dios
y el destino, la virginidad y el sexo. Solía decir que no hay placer comparable
a pensar. Y no, no era petulante ni vanidoso. Era simplemente... exhaustivo.»
Su necesidad de poner distancia cuando Knut se vuelve demasiado absorbente,
pero también su irrefrenable curiosidad y el ansia de vivir experiencias más
allá de una existencia excesivamente reglada, llevarán a Sonia a una doble vida
secreta en la que quedará atrapada durante años sin posibilidad de exculparse.
“Cicatriz”
fue una lectura que se me hizo cuesta arriba casi desde el inicio, y mira que
tenía ganas de descubrir a esta autora. Seguí leyendo por pura cabezonería, en
busca de algo que esperaba encontrar y que finalmente no llegó. Y esta vez no
fueron las expectativas ni una mala elección del momento. Fue, más bien, que no
congeniamos. Incompatibilidad de caracteres lo llaman ahora. Obviamente, esto
no es más que una percepción mía, y no dudo que habrá lectores que puedan
sacarle todo el jugo a esta historia. Pero no ha sido mi caso.
“El amor no es más que una proyección de
las propias carencias, una entelequia, como lo eran Odette y Albertine para el
joven Marcel.”
Sonia y Knut se conocen en un foro literario de Internet y
se establece una relación entre ellos bastante peculiar. En los inicios surge
cierta atracción que va dejando paso, poco a poco, a una relación tóxica y
tremendamente obsesiva, especialmente por parte de él. A los larguísimos emails
que intercambian pronto se añade el envío de libros que Knut roba para Sonia. Y
ella comienza cediendo al halago y acaba atrapada en una tela de araña de la
que ni puede ni quiere salir.
No sé a vosotros pero a mí la premisa de la novela me
gustaba. De hecho, sigue siendo ese punto de partida lo mejor de ella: que pone
sobre la mesa el cómo nuestra forma de relacionarnos con el resto del género
humano ha cambiado a peor, como si de algún modo esas tecnologías destinadas a
favorecer el contacto se hubieran convertido en todo lo contrario. A Sonia y
Knut la pantalla que les hace de vía de comunicación les sirve también de
parapeto para explayarse en su falsedad. Aquí todo resulta más fácil: el
halago, la exigencia, la mentira. Sonia se ve incapaz, en un principio, de
poner freno a la intromisión de Knut en su vida. Y después ya está demasiado
enganchada como para querer salir.
Mi problema ha sido que todo en la novela me ha resultado
extenuante, agotador. Los monólogos de Knut, su pasión por ésos autores a los
que él considera únicos y especiales y cuya prosa a mí me resulta tan cargante
como él. Yo no, no he leído a Proust, más allá de algunos pasajes cuando era
estudiante. No he leído a Faulkner. Posiblemente porque me falta bagaje y
capacidad para hacerlo, no pasa nada. Quizá algún día esté preparada para
hacerlo pero ahora mismo no. Y así, el componente metaliterario, que por regla
general logra que disfrute mucho más de cualquier historia, tiene aquí una
presencia tan brutal que se convirtió, para mí, en lastre.
Ambos personajes están construidos, no me cabe duda de que
con toda la intención, para resultar desagradables y provocar un rechazo en el
lector. Para obligarle a plantearse ciertas cosas acerca de sí mismo. Y eso no
está mal y, además, lo consigue en gran parte.