jueves, 28 de diciembre de 2017

Mejores Lecturas 2017

El que más y el que menos, en estas fechas, no puede evitar echar la vista atrás para ver qué le ha dejado el año que se va. Yo no soy muy de propósitos, ni buenos ni malos, ni de hacer memoria, pero sí me gusta volver sobre esas lecturas que, de alguna forma, han marcado mi año lector.

Siempre, siempre, me sorprende esta lista. No suelo puntuar en modo alguno los libros que leo, así que la mecánica para elegirlos es sencilla: releo mi listado de lecturas y me quedo con las que me provocan un pellizco en el estómago al leer su título. Lo hacen por distintas razones, pero como sea, ahí están, provocando algo. Han salido diez, del mismo modo que pudieron ser más o menos. Y el orden es totalmente aleatorio. Pero estos son los títulos que me llevo de 2017.

  

Dos meses tardé en leer "Hacia rutas salvajes", de Jon Krakauer, que novela el periplo del joven Chris McCandless por los bosques de Atlanta, en busca de una vida más sencilla y menos material. Una lectura muy pausada, poblada de reflexiones y emocionalmente, para mí, muy dura. Aún no he sido capaz de ver la adaptación cinematográfica. Igualmente dura fue la lectura de "Nada se opone a la noche", mi estreno con Delphine de Vigan, donde la autora francesa reconstruye la figura de su madre fallecida recientemente.
Mucho menos amargo fue mi primer encuentro con Shirley Jackson, la gran dama del terror, que me conquistó de pleno con "Siempre hemos vivido en el castillo". Su protagonista, Merrycat, es de las que se quedan con uno para siempre.

  

Magnífica la prosa de Marcelo Luján en "Subsuelo", un thriller bastante alejado de los cánones, y una de las lecturas más sugestivas de este año. Y bastante poco habitual también la narración del desamor entre Gae y Delia en manos de Margaret Mazzantini en "Nadie se salva solo" , una novela incómoda y difícil de digerir para el que ha pisado el lodazal en el que sus protagonistas se hallan inmersos.

Sorprendentemente, sólo encuentro dos autores españoles en esta lista. El primero es Lorenzo Silva, un autor que lleva años acompañándome y que me sorprendió muy gratamente con "Música para feos", planteando una deliciosa historia de amor muy alejada de las aventuras protagonizadas por Bevilacqua y Chamorro.
El otro autor patrio que me ha conquistado este año ha sido David B. Gil, con una historia ambientada muy lejos de aquí, en el Japón medieval, y que ha sido, para mí, la gran sorpresa de este 2017, enamorándome con un género y una trama que están en las antípodas de mis lecturas habituales: "El guerrero a la sombra del cerezo".

  
"Casa de verano con piscina" me descubrió la voz narrativa de Herman Koch, un tipo valiente y poco convencional en sus planteamientos. 2018 será, espero, el año de "La cena", su novela más conocida. También espero repetir con Margaret Atwood después del mazazo de "El cuento de la criada", la distopía que la autora escribió allá por los ochenta y que nos pone los pelos de punta, hoy más que nunca. Quizá mi mejor lectura de este año.

 

Y otro nombre de mujer, en este caso de una autora colombiana, cierra mi lista. El "Delirio" de Laura Restrepo se cuela en este lista a pesar de lo complejo y denso de su lectura, un esfuerzo que merece la pena hacer para desentrañar el mal que aqueja a su protagonista.




jueves, 14 de diciembre de 2017

"El ardor de la sangre", por Irène Némirovsky.

Todo ocurre en una tranquila villa de provincias francesa, a principios de los años treinta. Silvio, el narrador, ha dilapidado su fortuna recorriendo mundo. A los sesenta años, sin mujer ni hijos, sólo le queda esperar la muerte mientras se dedica a observar la comedia humana en este rincón de Francia donde, aparentemente, nunca sucede nada. Un día, sin embargo, una muerte trágica quiebra la placidez de esa sociedad cerrada y hierática. A partir de allí, emergen uno tras otro los secretos del pasado, hechos ocultados cuidadosamente que demuestran cómo la pasión juvenil, ese ardor de la sangre, puede trastornar el curso de la vida. Como en el juego de las cajas chinas, las confesiones se suceden hasta llegar a una última y perturbadora revelación.

Cuando me toca hacer frente por primera vez a una autora tan aclamada como Irène Némirovsky, tengo por costumbre hacerlo con alguna de sus novelas menos conocidas. Es algo así como dejarse el mejor bocado para el final. En este caso, supongo, la gran obra sería "Suite francesa". Por eso voy a postergarla, y por eso mismo decidí empezar por "El ardor de la sangre", una obra quizá menor de la autora, que vio la luz por primera vez en 2004, muchos años después de su muerte en Auschwitz.

"El ardor de la sangre" se ambienta en la campiña francesa, a principios de los años treinta. Confieso que el entorno rural no acaba de seducirme, quizá porque la niña que yo fui no siente tan lejos esa sociedad cerrada, poblada de gente bien, cuyo sonido más característico es el de la murmuración. En donde yo me crié, también se hablaba de los hijos que eran de otro padre, o de los hombres que visitaban a escondidas a mujeres casadas que luego iban a comulgar.

Partiendo de esa misma premisa, Némirovsky traza una novela de personajes, en la que el narrador, Silvio, actúa apenas como observador de las vidas de los demás, y su presencia sólo tendrá cierta relevancia al final, cuando se acaben de destapar todos los secretos. A través de sus ojos, conocemos a su prima Hèléne y a su esposo, François, un matrimonio perfecto en apariencia; a la hija de estos, Colette, y a su esposo, Jean Dorin, cuya trágica muerte destapará la caja de los secretos y las habladurías. Némirovsky nos propone un viaje al interior de sus personajes, a su psicología y su pasado, al tiempo en que se dejaron llevar por una pasión que ahora resuena, lejana y absurda, en sus cabezas.

Hay algo, claro, de crítica social en esta novela breve, pero hay, sobre todo, una exaltación del amor más puro, el que sólo se puede vivir a ciertas edades, ese que nos enloquece. Y en contraposición, la perspectiva de ese mismo ardor visto tras el paso de los años, con la distancia que otorga el tiempo y la vejez.

Me ha gustado, en general, mi primer acercamiento a Némirovsky, aunque tengo que confesar que también me ha sabido a poco, y no me refiero a la extensión de la novela, que supera apenas las ciento cincuenta páginas, sino a falto de profundidad. También acusa cierta falta de ritmo, quizá por su carácter intimista, que se solventa, precisamente, por su brevedad. Pero sin duda, seguiré indagando en la obra de la autora ucraniana.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Don de lenguas

Barcelona, 1952. Quedan pocas semanas para el Congreso Eucarístico, y la consigna oficial es dar una imagen impoluta de la ciudad, pues está en juego la legitimidad internacional del Régimen.
Ana Martí, novata cronista de sociedad de La Vanguardia, encontrará en el encargo de cubrir el asesinato de Mariona Sobrerroca, una conocida viuda de la burguesía, su oportunidad para escribir sobre temas serios. el caso ha sido encomendado al inspector Isidro Castro de la Brigada de Investigación Criminal, un hosco policía de doloroso pasado, que tendrá que aceptar de mala gana que Ana cubra la investigación.
Pero la joven periodista pronto descubrirá nuevas pistas que se apartan de la versión oficial de los hechos y recurre a la ayuda de su prima Beatriz Noguer, una eminente filóloga. Lo que en principio parecía una inofensiva consulta lingüística sobre unas misteriosas cartas encontradas entre los papeles de la difunta se convertirá en el inicio de una serie de revelaciones en las que están implicadas personas muy influentes de la sociedad barcelonesa.
En medio de un ambiente hostil poblado de funcionarios y políticos corruptos, porteras entrometidas, policías violentos, prostitutas y ladrones de buen corazón, la inteligencia y el arrojo de Ana y los conocimientos lingüísticos y literarios de Beatriz serán sus únicas armas para resolver el caso.

Hacía mucho que quería leer a Rosa Ribas, y coincidiendo con la publicación de su última novela, "La luna en las minas", me decidí a estrenarme con ella. Es difícil atinar a la primera a la hora de escoger un título de una autora tan prolífica, así que le dejé toda la tarea al azar. En la biblioteca estaba "Don de lenguas", me gustó mucho esa portada en blanco en negro (qué bonitas las ediciones de Siruela) y me la llevé a casa. De esto hace ya unos meses, y aún tenía pendiente hablaros de ella. Y es que me dejó con muchas sensaciones encontradas...

Ya os adelanto que la puesta en escena no era la mejor para conquistarme precisamente a mí. El apogeo del franquismo en España es una época gris, con la que me cuesta lidiar y de la que se ha escrito tanto y hemos leído tanto, que a veces uno no necesita saber más. Aún así, se agradece a Rosa Ribas, que escribe aquí a cuatro manos junto a Sabine Hofmann, que la cuestión política sea un mero escenario y que se centre más en el papel de la mujer. En este caso, en una Ana Martí que quiere hacer periodismo. Periodismo de verdad, nada de ésas crónicas rosas que escribe desganada porque al fin y al cabo, es lo único que se le permite escribir. Y por si fuera poco ser mujer, Ana debe cargar también con el apellido de una familia caída en desgracia tras la guerra, y el recuerdo de un hermano asesinado por el régimen.

"En los últimos años muchas palabras habían cambiado de significado. [...] También habían cambiado los nombres de las calles y las plazas, la forma habitual de los regímenes de tomar posesión de los lugares. [...] Unas palabras desaparecían, otras mutaban de significado, otras devenían omnipresentes, como España, destino, hombría, santo."

A través del personaje de su protagonista, nos regalan Ribas y Hofmann varios momentos entrañables, como el pasaje en que ofrece sus servicios como amanuense en las casetas cerca del mercado de la Boquería, leyendo y redactando cartas para aquellos que no sabían hacerlo; o la historia de Carmiña y Hernán, ella preparando un ajuar a base de pequeños robos y él en la cárcel por robar una máquina de coser. Ribas retrata desde otra perspectiva una época caracterizada por la represión y la censura.

Son los personajes lo que sostienen la trama de "Don de lenguas", y no al contrario. Quizá la que menos me ha llenado ha sido esa Ana Martí, una heroína un tanto forzada que yo no me acabé de creer. Mucho más me gustó su prima, Beatriz Noguer, la filóloga capaz de leer entre líneas y desentrañar misterios de entre las letras de una carta. Eché de menos algo más de protagonismo del inspector Castro, un tipo del ala dura que tiene una interesante progresión como personaje pero del que me habría gustado saber más para acabar de creérmelo. Todos ellos confluyen en una trama que se narra sin grandes aspavientos, a un ritmo pausado y sin demasiado giro ni revelaciones sorprendentes.

Como veis, me he topado en mi primer encuentro con Rosa Ribas con ciertos aspectos que me han gustado mucho y otros tantos que no. Y ante estos casos, mi decisión es siempre la misma. Volver a leer a la autora y ver qué prevalece. ¿Me recomendáis, ya que estáis aquí, alguna otra novela suya?


jueves, 2 de noviembre de 2017

"Nosotros en la noche", por Kent Haruf.

Louis Waters y Addie Moore llevan gran parte de su vida siendo vecinos en la apacible localidad de Holt, en Colorado. Ambos enviudaron hace años y acaban de franquear las puertas de la vejez, por lo que no han tenido más opción que acostumbrarse a estar solos, sobre todo en las horas más difíciles, después del anochecer. Pero Addie no está dispuesta a conformarse. De la forma más natural, decide hacer una inesperada visita a su vecino: «Me preguntaba si vendrías a pasar las noches conmigo. Y hablar...». Ante tan sorprendente propuesta, Louis no puede hacer otra cosa que acceder.

Al principio se sienten extraños, pero noche tras noche van conociéndose de nuevo: hablan de su juventud y sus matrimonios, de sus esperanzas pasadas y sus miedos presentes, de sus logros y errores. La intimidad entre ambos va creciendo y, a pesar de las habladurías de los vecinos y la incomprensión de sus propios hijos, vislumbran la posibilidad real de pasar juntos el resto de sus días.


Addie ha llegado a esa edad magnífica en la que le importa poco y menos lo que piensen los demás de ella. Addie lleva una vida tranquila, demasiado apacible quizá para una mujer que se encuentra bien y en cuyos planes a corto plazo no entra la opción de dejarse morir tejiendo bufandas en un sillón. Addie está harta de guardar la compostura y está harta de estar sola. Y así se lo dice a su vecino Louis, otro que tal baila, que tampoco está por la labor de irse al otro barrio a pesar de que ya nadie parece esperar nada de él. Addie y Louis son dos ancianos más, de ésos que a veces parecen invisibles en este mundo en que vivimos, que no se resignan a ser un simple elemento de atrezzo en la vida de sus hijos. Que aún tienen una vida, la suya, y la quieren vivir de la mejor forma posible. Por eso Louis acepta la propuesta de Addie, y allí se planta una noche, con su pijama y su cepillo de dientes, dispuesto a compartir una cerveza con su vecina antes de irse a la cama con ella.

La incomodidad inicial va dejando paso, poco a poco, a una intimidad deliciosa en la que Louis y Addie se sienten cada vez más ellos mismos, sin el hándicap de su edad o de su vida anterior. Asistimos, como invitamos de excepción, a unos diálogos colmados de humor y ternura, a una historia sencilla que te gana, precisamente, gracias a esa baza.

Reina en la narración de Haruf una serenidad palpable, una calma que no sé si sale del autor, que escribió "Nosotros en la noche" a sabiendas de que eran sus últimos días. Supongo que es difícil abstraerse de ese factor cuando, como lector, te acercas a la novela conociendo esa sentencia que pende sobre la cabeza del que escribe. Puede que yo sea muy sugestionable, pero era algo que sobrevolaba constantemente mi lectura, y que ante ciertas frases y antes ciertos instantes que viven Addie y Louis, me provocaba un pellizco en el estómago. Una tristeza que dudo que Haruf quisiera transmitir, pero que yo no podía ignorar.

Confieso que ha sido para mi una lectura bonita pero que me ha puesto un poquito triste. Me ha hecho añorar, me ha hecho sentir cierta inquietud, a ratos incluso culpabilidad, sobre todo ternura. Y eso es lo mejor de esto, cuando las letras nos alcanzan.




viernes, 27 de octubre de 2017

"La ira y el amanecer", por Renée Ahdieh.

Cien vidas por la que tomasteis. Una vida por cada amanecer.

En una tierra regida por un monstruoso califa, cada nuevo amanecer rompe el corazón de una familia. Día tras día, el rey contrae matrimonio con una joven que al alba es ejecutada.

Si falláis una sola vez, os arrebataré vuestros sueños, os arrebataré vuestra ciudad. Y os arrebataré estas vidas multiplicadas por mil.

Por eso es un misterio cuando una desconocida se presenta voluntaria para casarse con él. Esa misma noche, ella empieza a contarle una historia.

Yo no estoy aquí para luchar. Estoy para ganar.

Y por primera vez, la aurora no llega teñida de rojo.

Os juro que viviré para ver todos los atardeceres posibles. Y que os mataré. Con mis propias manos. 


Tengo amigas que me obligan a leer libros, bien sea a través del chantaje, valiéndose de armas infalibles como café y chocolate, bien sea a través de la orden y el puñetazo en la mesa. Son adorables, aunque no lo parezcan. El ejemplar que leí de "La ira y el amanecer" acabó en mi bolso después de que uno de estos seres hurgara en él y lo dejara ahí. Las órdenes llegaron después. Léelo. Y cállate. A sus órdenes, mi capitana. Pero ya os digo que ahora tengo mi propio ejemplar...

"La ira y el amanecer" nace con intención de ser un retelling, moderno y juvenil, de "Las mil y una noches". Pero se queda en la intención, ya que una vez mediada la novela, los acontecimientos viran y el argumento de la novela se aleja cada vez más del clásico recopilado por el cuentacuentos Abu Abd-Allah. Supongo que es necesario aclarar, en este punto, la predilección que tenemos en casa por el original. No soy yo la culpable esta vez, sino mi santo esposo, que lo leyó muy jovencito y que ha ido acumulando distintas ediciones a lo largo de los años. Así que inevitablemente, mi predisposición era muy buena.

En ese sentido, pues, me ha fallado la novela de Renee Ahdieh. Porque como os decía, abandona pronto la premisa inicial y la historia de Sherezade se va por la vía de lo romántico, olvidándose de las historias que cada noche ha de contar al califa si quiere amanecer con vida. Aún así, la autora introduce un elemento de intriga que, conmigo al menos, ha funcionado a la perfección. Confieso que devoré las páginas queriendo saber más del pasado de Jalid. Y que poco a poco, me fui prendando del personaje.

Uno de los aspectos que más me ha gustado ha sido la recreación del mundo árabe medieval: palacios de mármol, olor a azahar, polvo de desierto y los aromas propios del té. Ahdieh escribe bonito y sencillo (no olvidemos que estamos ante una novela juvenil), aunque se le va un pelín la mano con las metáforas (especialmente con todo lo que se refiere a los ojos refulgentes, brillantes, ambarinos y no sé cuántas cosas más, cuando el personaje en cuestión no necesita de tanto adorno para que uno se enamore de él hasta la médula).
La intriga está bien dosificada y los personajes construidos con tino, convirtiendo a Sherezade en una heroína rebelde, fuerte y con carácter, que va a ensombrecer al mismísimo rey de Jorasán, el malvado califa que poco a poco se irá revelando ante nuestros ojos como un ser muy distinto al que esperábamos.

Lo bonito de tener amigas que leen es que, de no ser por ellas, uno no llegaría a ciertos libros jamás. Y yo me habría perdido una novela entretenida, amable, que regala unas horas de pura evasión y que te deja con el romántico subido para toda la semana (esto ya me lo advirtieron y no me lo creí, me gusta hacerme la dura pero es todo fachada). Sé que muchos de los que comentáis aquí habitualmente me diréis que esta novela no es para vosotros. Y probablemente así sea. Pero si os tienta aunque sólo sea un poquito, adelante.

miércoles, 18 de octubre de 2017

"Kant y el vestido rojo", por Lamia Berrada - Berca.

«Desear un vestido rojo es un pecado espantoso si eres mujer. Porque de entrada el primer pecado es darse cuenta de que es -en definitiva es la verdad- una mujer; porque el segundo pecado es creer ingenuamente que es una mujer como las demás, que podría expresarse como las demás; porque el tercer pecado es decirse que al fin y al cabo sí que puede desear algo y expresarlo; porque el cuarto pecado es tener un deseo propio que hace tomar consciencia de que podría tener una existencia propia; porque el quinto pecado es querer existir en toda regla, y el sexto pecado le hace decir ingenuamente que necesita creerlo, y entonces llega el séptimo pecado , el séptimo pecado hace que surja en ella la idea de que es un individuo.»

La joven en cuya cabeza pululan estas palabras vive en un suburbio de París, tiene una hija de diez años y un marido que ha trazado para ellas un plan lleno de fronteras. La joven en cuya cabeza pululan estas palabras ha visto un vestido rojo en un escaparate, ha intentado comprarlo pero no puede. Piensa en que quizás, algún día, su hija pueda ponérselo en su nombre. Desea que, algún día, su hija se lo ponga en su nombre.

La joven madre que desea el vestido rojo no sabe leer. Sin embargo, acaba de llevar a casa un libro que ha encontrado en el descansillo de su piso. Podría ser del vecino, pero lleva varios días ahí y no lo ha recogido. Ella no sabe leer, pero su hija sí. Ese libro no puede estar ahí por casualidad. ¿Quién es ese Kant que habla de atreverse, de conocerse, de la necesidad de ilustrarse, de saber, para ser un individuo completo, una persona? La joven madre no es una joven madre cualquiera. Es francesa, pero no es blanca ni católica. La joven madre de esta novela es un fantasma que se esconde tras un burka.

Qué mezcla de sensaciones me deja esta historia, qué sabor tan agridulce, en todos los aspectos que podáis imaginar. En las pocas páginas que la conforman conviven la belleza y el horror, la esperanza y la negación. Y en mi caso en particular, también han cohabitado distintas sensaciones a lo largo de su lectura. En ocasiones me he sentido realmente zarandeada por la tragedia de esa joven que vive tras el burka, pero en otras tantas también he tenido la sensación de que la autora se queda en la superficie, en el cliché, y no ahonda tanto como quisiera aparentar en ciertas cuestiones.

Porque la postura inicial, el punto de partida, es quizá demasiado obvio. Una mujer joven, de religión musulmana, madre de una niña, que vive parapetada tras un burka que ella no ha escogido llevar. Hasta aquí todo bien, pero plano, sencillo y muy mascado. Y a mí me habría gustado que Lamia Berrada se atreviera a introducir algún elemento que rompiera con lo esperado. Por ejemplo que ella sí hubiese elegido, en algún momento, llevar ese burka. Que hubiese en la protagonista, despojada incluso de nombre propio, una aceptación previa, aunque fuese errónea. O que el marido no fuese un puro cliché, eso también habría estado bien. Pero la autora francesa se limita a dar vida a una joven a la que siempre se le ha dicho qué hacer, cómo actuar, qué llevar, adónde ir. Probablemente la realidad de muchas mujeres en el mundo, en eso llevará razón. Quizá soy yo a la que le gusta complicar demasiado las cosas.

A pesar de ello, hay pasajes en la narración realmente bonitos, otros tantos que de verdad te zarandean, que te incomodan. Como mujer, me llevaban los demonios. Al fin y al cabo, todas hemos querido llevar, alguna vez, un vestido rojo, que aquí no es más que un símbolo de la libertad. Estudiar, crecer, conducir, acostarte con quien te plazca, tener o no tener hijos. No importa el qué, lo que importa es el poder elegir. Acercarte a la tienda, que se halla al traspasar los límites establecidos, tocar el vestido, dejarlo caer sobre el cuerpo, querer llevarlo y llevarlo.

Curioso el revulsivo que la autora elige para marcar el punto de inflexión en la historia de la mujer. Ni más ni menos que un libro de Immanuel Kant, filósofo de la Ilustración y autor de la "Crítica de la razón pura", abandonado bajo su felpudo. Una lectura que la joven no puede abordar, porque nunca aprendió a leer, pero que irá desgranando con la complicidad de la niña. Y que la llevará a desear, cada vez con más fuerza, el vestido rojo.

Como veis, una historia breve pero poblada de ingredientes atípicos, a pesar de ese punto de partida más trillado del que os hablaba al principio. Algo atípico resulta también el estilo de la autora, que se mueve entre lo aséptico (se refiere a sus protagonistas como "la mujer", "el hombre", "la niña") y lo lírico, con fragmentos realmente intensos, bonitos y muy visuales. Mención aparte merece la estupenda edición de DeBolsillo para esta novela, con tapa dura y una tamaño como para llevártela al fin del mundo. Acompañan al texto de Lamia Berrada las preciosas ilustraciones de María Angulo Aguado, todas ellas en tonos grises con elementos rojos, muy acorde con el contenido y el tono de la historia. Una lectura ideal para salir de los géneros y los temas de siempre.

viernes, 13 de octubre de 2017

"Mi nombre era Eileen", por Ottessa Moshfegh.


La Navidad ofrece muy poco a Eileen Dunlop, una chica modesta y perturbada atrapada entre su papel de cuidadora de un padre alcohólico y su empleo administrativo en Moorehead, un correccional de menores cargado de horrores cotidianos. Eileen templa sus tristes días con fantasías perversas y sueña con huir a una gran ciudad. Mientras tanto, llena sus noches con pequeños hurtos en la tienda local, espiando a Randy, un ingenuo y musculoso guardia del reformatorio, y limpiando los desastres que su padre deja en casa.

Cuando la brillante, guapa y alegre Rebecca Saint John hace su aparición como nueva directora educativa de Moorehead, Eileen es incapaz de resistirse a esa milagrosa e incipiente amistad. Pero en un giro digno de Hitchcock, el cariño de Eileen por Rebecca la convierte en cómplice de un crimen.


Encontré a Eileen cuando más la necesita, sumida en una feroz apatía lectora, empezando y abandonando libros a razón de dos al día, sin encontrar lo más mínimo a lo que agarrarme para querer seguir leyendo. Y mira por donde, tuvo que llegar un personaje como ella, tan detestable, tan peculiar, para capturar mi interés. De forma ligera al principio, como una simple curiosidad, y a lo grande a partir de la primera mitad de la novela. Gracias Eileen.

"Una mujer adulta es como un coyote: puede pasar con muy poco. Los hombres son más como gatos caseros. Déjalos en paz durante mucho tiempo y mueren de tristeza".

Iba con la lección aprendida, he de confesar. Alrededor de la primera novela de Ottessa Moshfegh han pululado de forma insistente los nombres de Hitchcock, Highsmith y Thompson. Como para no inflarle a uno las expectativas. Lo chocante, en estos casos, es que no decepcione, tan acostumbrados como estamos a fajas y recomendaciones grandilocuentes. Pero lo primero que llama la atención de "Mi nombre era Eileen" es esa atmósfera tan oscura, tan densa, que remite (DE VERDAD) a los clásicos de la novela negra. En el pueblo sin nombre en que vive todo es deprimente, sucio, árido. No se respira en ningún sitio ni una pizca de calidez: desde el sótano en que Eileen se alivia las tripas hasta los helados despachos de Moorehead, todo es lúgubre, triste y agobiante a más no poder.

Visto así, igual alguien se pregunta qué anima a seguir leyendo una novela que se ubica justo en medio de la más absoluta desolación. Pues Eileen. Ella es el enganche, ella es la trama, ella es el alma de las casi trescientas páginas en las que vamos a acompañarla. Un personaje que está en las antípodas de la heroína que cabe esperar. Eileen es egoísta, es en ocasiones detestable, es apática, invisible. Pero también es humana, asquerosamente real. Y tiene un sentido del humor bastante retorcido. Tanto que en alguna ocasión me ha arrancado alguna sonrisa que yo misma me habría reprobado. Ya sabéis que de ciertas cosas no debe uno reírse.

"Un corte en la vena, el coche que derrapa de madrugada en la interestatal helada, un salto desde el puente de X-ville. o simplemente echar a andar océano Atlántico adentro, si quería. Moría gente sin cesar. ¿Por qué no iba a morir yo?"

Eileen es la mayor virtud de la novela, pero también se convierte en su mayor lastre. Porque el personaje se hace tan grande que la trama que Monshfegh ha creado para ella se queda un poquito corta. Capítulo a capítulo, uno se va creando unas expectativas que no acaban de cumplirse hasta ya muy avanzada la historia. No se trata de un discurrir lento de la narración, eso no habría sido un problema, sino más bien de una falta de acción elemental, una sensación inminente de que va a ocurrir algo que nunca llega. Sí lo hace , claro, pero que ciertos giros hagan acto de presencia tan tarde implica que el ritmo de las tres primeras partes se vuelva demasiado irregular, con pequeños bajones y cierta sensación de reiteración.

Además de Eileen, el otro anzuelo al que agarrarse viene de la mano de la autora, que hace uso de una prosa que a mí me ha conquistado. Un estilo muy visual  que consigue que el lector evoque las imágenes con total claridad (más aún aquellas que no quiere ver), y que se alterna con algunos pasajes donde la prosa se vuelve casi lírica, para segarla de cuajo más tarde retomando el primero. Como si el carácter de Eileen, que narra su historia en primera persona, se plasmara a la perfección en su forma de contarlo.

Como veis, una novela diferente, alejada de convencionalismos en muchos aspectos, y con un personaje principal al que merece la pena conocer, sobre todo para aquellos paladares que disfrutan de las historias poco edulcoradas.

viernes, 6 de octubre de 2017

"Un café a las seis", por Pilar Muñoz Álamo.


Raquel se dispone a acudir a una cita de compañeros de promoción organizada por su amiga Lourdes después de 25 años, aunque en el fondo siente que no debería ir; una parte del pasado, que no la ha dejado vivir en paz, podría estar esperándola en el hotel donde tendrá lugar la celebración. 

Ansía ese encuentro tanto como lo teme. Porque aquello de lo que ha estado alimentándose a lo largo de su vida podría dejar de ser real. O atraparla para siempre. 
Unas veces, no podemos huir del pasado. Otras, no deseamos escapar de él.

«Un café a las seis» es una historia intensa, emotiva, reflexiva, visceral. Una historia escrita con el corazón. De las que te hacen sentir.



Raquel es una más de tantas. Un poco de tu madre, o de mi hermana o de nuestra vecina del primero. Una mujer que es invisible hasta que alguien necesita una camiseta limpia o un bocadillo para llevar. A Raquel la asfixia la rutina del día a día, pero apenas es consciente de ello. Se ha olvidado de que tiene unos vaqueros ceñidos en el armario que le quedan de puta madre, de que el sexo no es una coreografía ensayada y repetida hasta el hartazgo y de que una vez se enamoró como una cría. A todo eso lo sepultó el paso del tiempo, otra vida que eligió ella, sin más coacciones que la ignorancia. Un paso mal dado al que le sigue otro, y otro más. No penséis que Raquel es infeliz. Tiene dos hijos por los que daría la vida, una relación de pareja cómoda, un trabajo y amigos. Pero no está llena.

Pilar Muñoz vuelve a poner al frente de su historia a un personaje aparentemente anodino, una mujer más, y nos invita a escarbar en sus recovecos, en su verdadera complejidad. A través de la narración en primer persona, somos testigos de excepción de sus miedos y sus esperanzas. Porque ese reencuentro va a servir para obligarla a mirar atrás y volver a ver cada instante en que claudicó, cada elección hecha dando prioridad a otros, sin querer anteponer lo que ella deseaba realmente. Una revisión de errores que la han llevado hasta el lugar donde está.

¿Qué he estado haciendo yo? Toda la vida esperando sin saber a qué, [...] dejando transcurrir el tiempo, lamentándome por lo que perdí, quitándome la frustración a guantazos. deseando tal vez que un rayo cayera del cielo y partiera mi mundo en dos para volver a empezar, porque yo sola no tenía las agallas de hacerlo. He sido una cobarde de mierda. Ahora lo sé. El temor a lo que pudiera venir fuera peor que lo que dejaba me ha tenido atada y amordazada durante años. A medio vivir. Y hay veces en que hay que dejarse morir para poder optar luego a vivir con plenitud.

Siempre me ha gustado el modo en que Pilar Muñoz retrata a sus personajes femeninos, mujeres fuertes y valientes escondidas tras la fachada de lo cotidiano, mujeres que han cometido errores pero que tienen el valor de sobreponerse a ellos y seguir mirando hacia adelante. A Raquel le cuesta un mundo digerir los suyos, y al final, ese reencuentro con ese amor de la juventud no es más que un detonante, la chispa necesaria para que todo su mundo salte por los aires.

Y siempre me ha gustado, sobre todo, su forma de contarlo. Esa intimidad que sabe crear con sus lectores, una conexión que apela a lo emocional, valiéndose de los sentimientos como vehículo para contar una historia, un lenguaje que todos entendemos.

Quizá no me ha gustado tanto algo que ocurre en la última parte del libro, que sirve como una especie de justificante ajeno para las decisiones que toma Raquel. No puedo ir más allá sin desvelar algo que no debiera, pero sí os cuento que habría preferido que ocurriese de otro modo, aunque quizá eso hiciera que Raquel no saliese tan bien parada. Sobre el final, aún estoy decidiendo si me dejo llevar por mi parte racional o me lío la manta a la cabeza y gana el pulso mi yo emocional, el que se decanta por creer en el azar y el destino.

He disfrutado, como ya lo hice con las anteriores, la nueva novela de Pilar Muñoz. Me ha encantado perderme en la vorágine emocional en que se ve inmersa Raquel, volver con ella a los años de la juventud y la universidad, pensar en cómo las pequeñas decisiones que vamos tomando nos conduce por caminos a los que nunca esperamos llegar. Una historia bonita y bien contada, apta para casi cualquier lector.

jueves, 28 de septiembre de 2017

"Intrusión", por Tana French.


La brigada de Homicidios de Dublín dista mucho de ser lo que había soñado la detective Antoinette Conway. el único que parece alegrarse de su presencia es su compañero, Steve Moran. El resto de su trabajo es una acumulación de casos ingratos, novatadas hirientes y acoso laboral. El nuevo caso que le asignan parece sencillo: otra pelea de novios que acaba mal. Aislinn Murray es rubia y guapa. Y ha aparecido tan impecablemente arreglada como muerta en medio de su salón, al lado de una mesa dispuesta para una cena romántica. Nada tiene todo esto de llamativo. Excepto que Antoinette está segura de haberla visto antes en alguna parte. Y porque, al final, su asesinato será bien poco de los de manual. Porque otros detectives intentarán presionar a la pareja protagonista para que arresten al novio de la víctima lo antes posible. Porque al fondo de la calle donde vive Antoinette acecha una figura en la sombra. Antoinette sabe que el acoso laboral la ha vuelto paranoica, pero no es capaz de saber hasta qué punto: ¿es este caso un paso más en la campaña para echarla de la brigada o fluyen corrientes más oscuras bajo su superficie reluciente?

"Intrusión" es la sexta novela de la saga Dublin Murder Squad, una serie de novelas de misterio bastante peculiar, pues los distintos títulos no comparten siquiera protagonistas en la mayoría de los casos, por lo que pueden leerse, sin ningún inconveniente, de forma aleatoria e independiente. Sí hay lugares y personajes comunes, y sobre todo, un estilo y una forma de narrar que han convertido a Tana French en una de mis autoras fetiche dentro del género. En este caso en particular, sí nos reencontramos con los detectives Conway y Moran, que ya lideraron la investigación de la quinta entrega (a mi parecer la más floja con diferencia), aunque en este caso la narración corre a cargo de Conway, en primera persona, y no del narrador omnisciente de "Un lugar seguro".

Antoinette Conway es la única mujer de la brigada de Homicidios de Dublín. Es, además, mestiza, por lo que su piel no resulta lo suficientemente blanca para encajar en el ambiente. Dos razones de peso, sumadas a la incapacidad de Conway para vivir en silencio el acoso laboral al que la someten sus compañeros, que han convertido su día a día en una sucesión de putadas, burlas y casos insustanciales que, sin embargo, no consiguen doblegarla. Una mujer en un mundo eminentemente masculino, sometida a una presión brutal, que a ratos ya no consigue distinguir dónde acaba el acoso y dónde empieza su propia paranoia.

Y finalizando otro turno de noche más, entra el caso de Aislinn Murray. Aparentemente, otro episodio más de violencia de género. Pero cuando Conway y Moran empiezan a indagar, encontrarán demasiados flecos sueltos y demasiadas posibilidades flotando en el aire.

El punto fuerte de la narración de French está en la construcción de sus personajes. Sobre esa base, tan importante a mi parecer, construye tramas que no son el colmo de la originalidad ni de los giros imprevistos, ni falta que le hace. French pone el foco en la psicología de aquellos que van desfilando por sus páginas, e invierte gran parte de la narración en dotarlos de la complejidad necesaria. Así, consigue que Conway y Moran puedan valerse, sobre todo, de su perspicacia y su habilidad en la sala de interrogatorios para ir desvelando qué le pasó a Aislinn. El lector asiste con entusiasmo a la complicidad entre ambos detectives, la química que comparten, que nada tiene que ver con lo sexual, sino con la capacidad de leer entre líneas y dirigir su conducta y con ella, la del sospechoso, hacia el punto preciso al que quieren llegar. Cada interrogatorio se convierte en una puesta en escena en la que Moran y Conway sacan a pasear distintos personajes y tretas para llevar al interrogado al límite. Tana French fue actriz antes que autora, y pone su pasión por la actuación al servicio de sus personajes para deleite del lector, que lo pasa en grande.

Gracias a la narración en primera persona, somos partícipes también de la fragilidad de Conway, un aspecto de la protagonista que sólo conoceremos nosotros, pues su actitud es siempre beligerante y firme hacia los demás. Un pequeño lujo que, además, nos convierte en cómplices obligados de su paranoia, pues en más de una ocasión llegaremos a dudar de si realmente toda la brigada está en su contra o es ella, que empieza a sucumbir a años de acoso soterrado.

Muy trabajados están también los perfiles de los secundarios, que no se limitan a figurar sino que tienen también un rol destacado en el desarrollo y resolución de la trama. Una trama que se nos va presentando como una especie de maraña en la que cualquier opción es factible, y que vamos desenredando con lentitud y paciencia, sin demasiados giros imprevisibles ni grandes aspavientos, hacia una resolución coherente y perfectamente cerrada, que deja además un regusto amargo.

Supongo que se nota en mi reseña lo mucho que me gusta esta autora. Así que quizá he pecado y he contagiado demasiado mi entusiasmo por ella. Por eso creo que ya debo dejar caer que no estamos ante una novela negra apta para los que necesitan adrenalina por un tubo, ni para impacientes, ni para amantes de la acción elemental. Aquí no hay tiros, ni persecuciones ni apenas sorpresas. Las novelas de French requieren un tiempo para meterse en ellas, y otro tanto para salir después. Y eso a mí, siempre me pasa con las buenas historias.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

"Delirio", por Laura Restrepo.


Un hombre regresa a casa después de un corto viaje de negocios y encuentra que su esposa ha enloquecido completamente. No tiene idea de qué le pudo haber ocurrido durante los tres días de ausencia, y con el fin de ayudarla a salir de la crisis empieza a investigar, sólo para descubrir lo poco que sabe sobre las profundas perturbaciones escondidas en el pasado de la mujer que ama.

Narrada con talento y emoción, la historia principal de esta novela se fragmenta en otras que se anudan a través de personajes llenos de matices. la autora muestra en esta obra una energía narrativa fuera de lo común, en donde el suspense se mantiene hasta un final esperanzador que cierra una hermosa novela, bien construida, mejor contada y brillantemente desarrollada.



El delirio de Agustina vivía ya en ella mucho antes de que su marido la encuentre, muda y enloquecida, en una habitación de hotel. Su locura empezó antes de nacer, ya en la mente del abuelo Portulinos; y se cuajó a la sombra de la figura gigantesca de un padre riguroso y estricto y de una madre que asiste impertérrita a un catálogo inacabable de mentiras y falsedades. "Delirio" no es sino el compendio de secretos que cada familia bien barre y guarda bajo la alfombra. Pero contado como pocas veces lo hemos leído. Ahí reside su valor, y eso es lo que la convierte en una de mis mejores lecturas de estos últimos meses.

"Mentira mata mentira, dime si no es como para volverse loco."

Laura Restrepo se vale de una narrativa tremendamente densa para contarnos "Delirio". Y cuando digo "muy densa", lo digo en serio. En las más de trescientas páginas que la conforman, no hay una sola subdivisión en capítulos, y los párrafos se extienden a lo largo de varias páginas sin pausas. Los diálogos no se señalan en el texto a través de guiones o separaciones de ningún tipo, sino que nacen allá donde van a caer y se señalizan si acaso con una mayúscula. A eso hay que sumarle una sintaxis compleja, llena de oraciones yuxtapuestas, enumeraciones y localismos, y un vocabulario a ratos exuberante, a ratos barriobajero y sucio. Y como guinda del pastel, una alternancia de voces narrativas, que a su vez hacen uso indiscriminado de la primera, la segunda y la tercera persona; y que no vienen marcadas en modo alguno, por lo que es cosa tuya, lector, adivinar quién habla y en qué momento lo hace.

"Yo mientras tanto pensaba en ti, que es lo que hago cuando no quiero pensar en nada, le dice el Midas McAlister a Agustina, digamos que me fascina la textura que adquieres en el recuerdo, lisa y resbaladiza y  sin responsabilidades ni remordimientos, algo así como acariciarte el pelo, la pura sabrosura de acariciarte el pelo siempre y cuando eso pudiera hacerse sin consecuencias, mala pasada nos jugó Dios con eso de que una cosa lleva a la otra hasta que se forma la endiablada cadena que no para, te juro que el infierno debe ser un lugar donde te encierran con tus consecuencias y te obligan a lidiar con ellas."

Y así, entonces, ¿cómo consigue una lectora media, del montón, como yo, disfrutar de una lectura como esta de una forma tan brutal? Pues porque del mismo modo que la Restrepo se emplea escribiendo, también lo hace dándole vida a sus personajes. Y consigue que cada cual tenga su particular forma de expresarse, para que el lector no necesite nada más para ubicarle. Se alternan las voces de Aguilar, ese marido pusilánime, falto de empaque, que despierta en el lector pena y repulsión a partes iguales; la voz del Midas McAlister, con su complejo de niño pobre y la ternura con que se dirige a Agustina, pues sólo se dirige a ella cuando habla; el abuelo Portulinus, con la cabeza llena de música y ruido; la propia Agustina, de vuelta a su niñez, recordando las visiones y las ceremonias que llevaba a cabo con su hermano pequeño. Ya veis, una galería amplia de personajes, cada uno con su propia historia que se entrelaza con la de los otros, o se mete dentro o la provoca desde otro tiempo y otro lugar.

Como telón de fondo, una Colombia tomada por el negocio del narcotráfico, en la que Pablo Escobar ordena y manda. Sin excesivas alusiones, la autora logra meternos de lleno en un país azotado por la droga, las revueltas estudiantiles y la corrupción política, y aunque no se explicita la época, es fácil deducir que nos hallamos en los ochenta, en pleno auge del Cartel de Medellín. A través de los continuos saltos temporales, no sólo ahondaremos en los entresijos de los Londoño, sino también en los de un país largamente castigado en las tres últimas décadas del siglo XX.

Me ha recordado el estilo de Laura Restrepo, tanto en la forma como en el uso particular del realismo mágico, al de la española Cristina López Barrios, cuyas novelas siempre me han conquistado. Ambas escriben como si les desbordara la historia que quiere contar, y algún lector se puede sentir apabullado o incómodo ante ese uso del lenguaje tan exuberante. Pero es cierto que la historia, ese delirio de Agustina, te atrapa y te obliga a indagar en su origen.

En definitiva, si sois de los que os dejáis atrapar con las sagas familiares, si os gusta el realismo mágico, si os quedasteis con ganas de más "Cien años de soledad" (me perdonen los puristas la comparación pero mi mente es así, y hace estas asociaciones), o si simplemente os apetece arriesgaros y leer algo diferente, probad con esta. Yo repetiré con la autora, sin duda.

viernes, 8 de septiembre de 2017

"El señor de las muñecas y otros cuentos de terror", por Joyce Carol Oates.

El señor de las muñecas y otros cuentos de terror es una excepcional colección de relatos que nos atrapa desde la primera página. Historias que nos hacen vivir en medio de emociones intensas y a veces contradictorias, pero siempre con la sospecha de que lo que sucede entre los personajes, no es exactamente como lo percibimos. La intriga unas veces, y el terror otras, nos atraen sin remedio a través de la prosa limpia y ágil de la gran Joyce Carol Oates. En «El señor de las muñecas» un joven cuenta en primera persona su afición a las muñecas desde pequeño. Según van pasando los años, colecciona muñecas que encuentra en la calle. De repente el lector empieza a sentir una extraña incomodidad. En «Soldado» el acusado de un crimen racista, al que odia todo el país, afirma que sencillamente se defendió cuando una pandilla de adolescentes intentó atracarlo. Poco a poco vamos descubriendo lo que realmente sucedió. En «Accidente por arma de fuego. Una investigación», Harma, que tiene catorce años, recibe el encargo de su profesora preferida de cuidar su casa en la zona más elegante de la ciudad mientras ella está ausente. Pronto recibirá una visita. En «Ecuatorial», un matrimonio mayor emprende un viaje científico por las islas Galápagos. Una noche Henry convencerá a Audrey de que le acompañe a una de las cubiertas del barco. En «Mamaíta», Violet no se lleva bien con su madre, y pronto entabla amistad con Rita Mae Clovis, una compañera del colegio. Un día la familia de su amiga le mostrará a Violet su gran secreto. En «Misterios S. A.», el asesino se hace pasar por un cliente interesado en ediciones raras, y nos cuenta su entrevista con Aaron Neuhaus, el dueño de la librería, al que le ofrece unos bombones en los que ha inyectado una extraña sustancia.
Joyce Carol Oates nunca ha necesitado invocar otros mundos: este mundo es lo suficientemente terrible para ella. Terrence Rafferty, New York Times Book Review

Es muy posible que el blog de Atalanta, "Un libro juntoal fuego", sea uno de los que más libros ha puesto en mis estanterías. Comparto con ella mi afición por determinados géneros y autores, y además, tiene una capacidad innata para reseñar libros que me enganchan a primera vista, y recordarme otros tantos que quise leer en su día y que se fueron quedando atrás. Este que hoy os traigo es uno de ésos que se vino a casa antes siquiera de terminar de leer su reseña. Un volumen de relatos firmado por Joyce Carol Oates, una autora a la que descubrí el año pasado y de la que, sorprendentemente, me gustan sobre todo este tipo de escritos, por encima de sus novelas. Y aunque estos cuentos de terror no me han gustado tantísimo como lo hizo "Mágico, sombrío, impenetrable" (reconozco que era tarea difícil), he disfrutado mucho de esta incursión en el particular museo de los horrores de Oates.

Quizá la característica más llamativa, y nexo común de todos los relatos, es que como ya se deja caer en la sinopsis, Oates no necesita valerse de lo sobrenatural para meter el miedo en el cuerpo al lector. "Teme a los vivos", me decía siempre mi abuela. Pues justo de eso van la mayoría de estas historias: de la violencia que ejercemos, de un modo u otro, los vivos. Cada cual con su aderezo: un poco de literatura, una pequeña dosis de exotismo, algo de crítica social y el siempre necesario crimen perfecto. Y sobrevolando la lectura, una sensación de malestar, una incomodidad creciente que acaba en desazón al cerrar cada relato.

De todos ellos me quedo con "El señor de las muñecas", que da título a este volumen y que es, quizá, uno de los más tradicionales en su construcción y el más siniestro, a mi parecer, de los seis que lo componen. No le va a la zaga "Mamaíta", un cuento actual con el que Oates me ha invitado, personalmente, a enfrentarme a uno de mis mayores miedos infantiles. No sé cómo he quedado después de su lectura, pero juraría que peor que antes. No me ha acabado de gustar, sin embargo, "Ecuatorial", que me pareció una buena idea con demasiadas páginas. Sí me conquistó "Misterios S.A.", un magnífico colofón que se centra en el clásico crimen perfecto y que viene aliñado con una buena dosis de literatura de género negro, un "bocado delicioso" para los amantes de este.

Ya os imaginaréis que os invito a adentraros en estas seis historias, a paladear la inquietud que las protagoniza y a catar el estilo de Oates en versión breve que nada tiene que envidiarla a la faceta de la autora como novelista. Personalmente, como os decía, prefiero a la cuentacuentos. Y os invito también a visitar el blog de Atalanta, y a que vayáis con el bolsillo lleno y la mente abierta. Seguro que salís de allí con algo delicioso entre manos.

martes, 5 de septiembre de 2017

"El dolor que nos une", por David Mark.

Hay personas que harían cualquier cosa por los demás. Como Philippa Longman, una abuela de 53 años con una familia que la adora, marido, tres hijos, nietos pequeños, que solo desea llegar a casa después de su trabajo en la tienda en una noche calurosa y asfixiante. Como Roisin McAvoy, una jovencísima madre de corazón de oro, una mujer leal a su marido que protege a sus amigos con uñas y dientes. Como el sargento Aector McAvoy, un hombre obsesionado con proteger a los demás, ya sea a su familia del resto del mundo o a los habitaciones de Hull, Inglaterra, de una epidemia de crímenes violentos.

Hay personas que harían cualquier cosa para vengarse. pero hay rencores que nunca mueren, que son más fuertes que la bondad, y pronto estos tres espíritus afables aprenderán la misma lección: a las buenas personas también les suceden cosas malas.




Esta es una de ésas veces en las que uno se lanza a la aventura sin referencias de ningún tipo, dejándose llevar por una corazonada. Quise saber qué había detrás de esa chica que hace equilibrismos, de espaldas a nosotros, sobre la vía del tren. Y averiguar también qué tenía de especial su historia para que la publique dentro de su catálogo de Policíaca una editorial como Siruela. Y el resultado fue una sorpresa muy, muy grata.

"No todo el mundo es asesinado por alguna razón extravagante, sargento. a veces es tan simple como que hay gente estúpida u horrible, o directamente mala."

A pesar de esa imagen inicial, es un hombre el alma de "El dolor que nos une". El sargento McAvoy, que antes de esta ya ha protagonizado dos novelas más (autoconclusivas), un tipo enorme, con un estricto sentido de la moral, absolutamente atípico en su comportamiento, que para nada casa con el antihéroe que le pega a todos los vicios y que vive atormentado por su pasado. Vale, quizá sí hay un poquito de esto último, pero no pesa demasiado en la trama, no es, digamos, determinante a la hora de construir la personalidad del personaje. Flanqueando al bondadoso gigantón, dos mujeres de armas tomar: Roisin, su esposa, y Trish Pharaoh, su compañera, de la que yo me he enamorado completamente por todo lo que esconde tras su fachada de cabrona de primer orden. Y alrededor de ellos, un entramado de secundarios que no se limitan a ser meros figurantes. También en ellos invierte David Mark un pequeño espacio, para construirles y establecer nexos comunes entre ellos, convirtiéndolos más en personajes y menos en meras excusas al servicio del asesino.

Como telón de fondo una ciudad, Hull, tomada por el negocio de la droga, en la que las bandas campan a sus anchas creando un microcosmos que se rige por la coacción, la extorsión y el chantaje. Y sobre ella, un cielo plomizo, gris. Un calor grisáceo que da lugar a una atmósfera crispada, que se palpa en el aire y en las maneras de los habitantes de la ciudad. Una ambientación sencilla pero muy trabajada, que está presente de forma constante y que consigue crear inquietud y malestar.

Estamos ante una novela muy cuidada, como veis, en todos los aspectos. David Mark se toma su tiempo para construir, revelar, ambientar, sin perder el pulso narrativo, manteniendo una intriga que carece de ése ritmo vertiginoso que a veces esperamos en un thriller, pero que no decae en ningún momento. Bien hilada, coherente, pero sin giros bruscos ni imprevistos en exceso. "El dolor que nos une" se puede leer cómodamente sin haber leído las dos entregas anteriores, aunque es probable que si os animáis con esta, acabéis como yo, con las dos anteriores ya a buen recaudo.

miércoles, 16 de agosto de 2017

"Oso", por Marian Engel.


La joven e introvertida Lou abandona su trabajo como bibliotecaria cuando se le encarga catalogar la biblioteca de una mansión victoriana situada en una remota isla canadiense, propiedad de un enigmático coronel. Ansiosa por reconstruir la curiosa historia de la casa, pronto descubre que la isla tiene otro habitante: un oso. Cuando se da cuenta de que este es el único que puede proporcionarle algo de compañía, surgirá entre ellos una extraña relación. Una relación íntima. Inquietante. Nada ambigua. Gradualmente, Lou se va convenciendo de que el oso es el compañero perfecto, y emprende un camino de auto descubrimiento. En todos los sentidos. A pesar de las críticas que recibió por su controvertida temática, Oso ganó el premio Governor de literatura en 1976.




A veces me empeño en hacer cosas que no son las cosas que haría habitualmente. Como leer en pleno mes de agosto, con la cabeza funcionando a todo gas, una novela como "Oso", de Marian Engel. Una historia que es un viaje, no sólo a los paisajes de la hermosa Canadá, sino también al interior de Lou. No os asuste lo del viaje interior. O sí, más bien debería hacerlo. Porque el camino es bastante atípico, quizá excesivamente transgresor para según qué ojos. Todo dependerá de cómo tú lo entiendas.

La sinopsis desvela casi todo lo que ocurre, y sí, ocurre lo que podéis deducir. Hay una mujer y hay un oso, y una relación que se forja entre ellos y que a mí, aún a día de hoy, tras intentar digerir sus páginas desde mil ópticas, me sigue dejando en el limbo. No me ha escandalizado, no me ha asustado, no me ha producido ni miedo, ni asco, ni repulsión. Y no sé si eso debería preocuparme o la culpa hay que echársela toda a Marian Engel, que lo cuenta con una naturalidad y una belleza que cobran un mayor protagonismo que los actos en sí.

"Amaba al oso. Había en él unas profundidades que Lou no podía sondear, que no podía palpar ni destruir con los dedos del intelecto. [...] Era una enorme criatura viva, más vieja, grande y sabia que el tiempo, una criatura que por ahora era su criatura, pero que en el cualquier otro momento podría volver a su propio mundo, a su propia sabiduría."

En apenas doscientas y pico páginas, recorremos de la mano de Lou el trayecto que va de la bibliotecaria aburrida, frustrada, rígida, hasta la mujer que resurge en esa isla canadiense, entre libros y notas sobre osos, a base de transgredir las normas, a veces tan absurdas, que nos dirigen en el día a día. Aislada en la isla, la mansión del coronel se convierte en un fuerte, una trinchera tras la que Lou empieza a percibir que el mundo tiene otros colores, otros paisajes, menos cómodos pero más placenteros.

La prosa de Engel, como os decía más arriba, es en gran parte culpable de que seamos capaces de entrar en una historia como esta. Más allá de las escenas de Lou y el oso, narradas con una exquisita delicadeza, la autora canadiense se recrea en los paisajes de esa isla ficticia, en los colores del cielo y las aguas y la forma en que la luz incide sobre ellos, mientras desmonta y vuelve a montar a Lou, sin artificios. Me ha gustado especialmente la forma en que Engel echa el cierre a su historia, un colofón magnífico y muy coherente que, obviamente, os invito a descubrir por vosotros mismos.

Os invito a descubrir "Oso", a pesar de tratarse de una de ésas lecturas que por mil razones, no pueden recomendarse alegremente. Hay que sacudirse los prejuicios y querer viajar con Lou, querer hacerlo de verdad, a su ritmo, de la mano. 

martes, 8 de agosto de 2017

"Desaparecido", por C. L. Taylor.



Cuando Billy Wilkinson, de 15 años, desaparece en mitad de la noche, su madre, Claire, se culpa a sí misma. No es la única en hacerlo. No hay un solo miembro de su familia que no se sienta culpable, y los Wilkinson están tan acostumbrados a guardar secretos entre ellos que la verdad no empieza a salir a la superficie hasta seis meses después.



Claire está segura de que sus amigos y su familia no tienen nada que ver con la desaparición. el instinto de una madre nunca se equivoca... ¿O sí?





¿Cuántas familias resistirían la desaparición de un hijo sin que se resquebrajaran sus cimientos? Ese es el planteamiento de "Desaparecido", de C. L. Taylor, una novela que apuesta por ir más allá del thriller puro y duro, del quién lo hizo y por qué, y pone el foco en los entresijos del núcleo familiar, ése que a todos se nos antoja de hormigón armado y que quizá, al final, no sea tan inquebrantable como pensamos.

Y es que transcurridos seis meses de la desaparición de Billy, el pequeño de los Wilkinson, la vida insiste en volver a su cauce habitual. Hay que retomar las obligaciones laborales, familiares, conyugales; hay que continuar bregando porque los medios de comunicación, sometidos a la última hora, no olviden al niño perdido. Y en medio de esa vorágine está Claire, la madre, la piedra angular de cada casa.

La mayor virtud de "Desaparecido", como os digo, es que sin abandonar la esencia del género, la del enigma sin resolver, sabe ampliar sus horizontes y ahondar en sentimientos como la pérdida, la soledad o la culpa. Especialmente en esta última. De forma inevitable, todos los que soportan la ausencia de Billy, se sienten al mismo tiempo responsables en parte. Y gracias a la narración en primera persona, a través de la que C. L. Taylor da voz a Claire, ahondamos especialmente en el rol de una madre que lucha ya no sólo por recuperar a su hijo perdido, sino porque su familia no acabe de desmoronarse.

"Me entran ganas de zarandear a mi yo de dieciocho años. Eso no era miedo. Hasta que no tienes hijos no sabes lo que significa verdaderamente el miedo."

La autora se esmera en construir unos personajes solventes, seres con volumen, que dependiendo de cómo miremos, percibiremos con más o menos sombras. Padres, hijos, hermanos con debilidades y miedos. "Desaparecido" nos obliga a enfrentarnos también, a los que somos padres, a la cada vez más difícil adolescencia, a la falta de conocimiento acerca de nuestros propios hijos, al miedo de todo padre a que haya algo más tras la actitud desafiante que muchas veces preferimos achacar a la edad. A través de Claire, entendemos (o recordamos) que el miedo adquiere una nueva dimensión cuando llegan los hijos, y que de nada sirve la sobreprotección, el castigo o el miedo permanente.

Como veis, ha sido una lectura que he disfrutado, que se sale un poquito de los raíles del thriller más convencional, y nos otorga una novela más pausada de lo que esperaba y también más compleja, especialmente en el plano emocional.

martes, 1 de agosto de 2017

"Hija única" por Anna Snoekstra.

A sus dieciséis años, Rebecca Winter estaba disfrutando del mejor verano de su vida: ganaba algún dinero en un restaurante, tonteaba con un chico mayor y compartía confidencias con su mejor amiga. Hasta que empezaron a sucederle cosas extrañas, como notar una presencia en su dormitorio o sentirse observada. Pese a todo, Bec no fue consciente de lo que le iba a ocurrir... hasta que un día se esfumó sin dejar rastro.

Más de una década después, una joven asegura ante la policía ser la Bec desaparecida y pronto se encuentra viviendo su vida. Abrazando a sus padres. Aprendiendo los nombres de sus amigos. Jugando con sus hermanos pequeños. Pero quizá ni la acogedora familia ni los entusiasmados amigos de Bec sean lo que parecen. Porque mientras comienza a sumergirse en la personalidad de la auténtica Rebecca Winter, la impostora descubre que quien la hizo desaparecer aún anda suelto. Y ella puede estar en peligro inminente.

"Hija única", de Anna Snoekstra, atrapa desde la portada. Esos dos rostros, de facciones similares y gesto desafiante, pertenecen, suponemos, a Rebecca Winter, la joven desaparecida en 2003, y el de la impostora que se hará pasar por ella once años más tarde. Tal como promete la sinopsis, ambas compartirán el mismo hogar, los mismos amigos, y frecuentarán los mismos lugares. E inevitablemente, esa impostora está condenada a descubrir qué le pasó realmente a Bec antes de que acabe sucediéndole lo mismo a ella.

Mentiría si dijera que la novela me ha conquistado plenamente. Me ha resultado entretenida, pero reconozco que me cuesta cada vez más comulgar con la forma de vender este tipo de novelas. No estamos ante un debut deslumbrante, por mucho que lo diga The Daily Mail. La prosa de la autora es corriente, correcta y acorde con el tipo de historia que está contando, sin más. La trama se arma en dos líneas temporales, cosa que tampoco resulta especialmente novedosa, y ambos personajes están construidos con los elementos justos. Conoceremos algo más profundamente a la auténtica Rebecca y apenas sabremos nada de la impostora, en la que reconozco, me habría gustado indagar más. Las pinceladas que la autora da al respecto de su pasado se me antojan insuficientes para justificar lo que hace y el modo en que lo hace. Tampoco sabemos demasiado de los personajes secundarios, a pesar de que todos ellos exhiben algunas actitudes realmente inquietantes, que funcionan durante la narración pero que al final se quedan colgando, sin saber el por qué de muchas de ellas.

Quizá el mayor acierto de "Hija única" sea, a mi parecer, que se va volviendo más siniestra conforme avanza hasta llegar a un final que me ha gustado aunque no acabe de estar bien justificado. Pero es al menos diferente a lo que estamos acostumbrados. No explica, sin embargo, algunos de los pasajes que hemos ido encontrando por el camino, como ciertos elementos "sobrenaturales" que no encajan en la historia y de los que la autora podría haber prescindido sin variar un ápice el curso de la trama.

Si habéis llegado hasta aquí, supongo que tenéis la sensación de que la novela no me ha gustado. Y no es así, a pesar de las sensaciones que aquí recojo. Me ha resultado un entretenimiento efectivo, me enganchó y lo pasé bien leyéndola. Pero no ha resistido el reposo de un par de días, ese que a veces nos permite ver la historias con otra luz, volver atrás y ver cómo queda en conjunto. Y ahí, por más que miro, veo demasiados flecos colgando mientras que las buenas sensaciones se van diluyendo. No sé si a vosotros os pasa esto, que los días os hacen ver de otro modo las novelas que cerrasteis con una sensación determinada, pero ha sido lo que a mí me ha ocurrido con esta "Hija única".

miércoles, 26 de julio de 2017

"Los ángeles de hielo", por Toni Hill.

Barcelona, 1916. A sus veintisiete años, Frederic Mayol ha dejado atrás una vida cómoda en la esplendorosa Viena y la traumática participación en una guerra que sigue asolando Europa. Psiquiatra y seguidor de las teorías psicoanalíticas, se enfrenta a su futuro puesto en un sanatorio ubicado en un tranquilo pueblo pesquero cercano a Barcelona, un enclave perfecto para superar los horrores vividos en el frente. Pero la clínica y sus alrededores no resultan ser tan idílicos como pensaba. Las sombras de un siniestro pasado se ciernen sobre los ángeles que decoran la fachada del edificio, como si quisieran revivir los acontecimientos que sucedieron en la casa siete años atrás, cuando el lugar era un prestigioso internado para jovencitas de buena familia que cerró sus puertas después de un trágico incendio.


Atrapado entre el anhelo de desvelar el misterio que se esconde entre los muros del caserón y el amor que siente por Blanca, una de las antiguas alumnas del colegio, Frederic deberá enfrentarse a una perversa historia de obsesiones y venganzas hasta llegar a una revelación tan sorprendente como desoladora. Porque la verdad, aunque necesaria, no siempre supone una liberación; a veces incluso puede convertirse en una nueva condena.

De Toni Hill había leído su trilogía protagonizada por el inspector Salgado, una trama puramente policíaca de la que disfruté mucho en su momento. El año pasado, cuando se publicó “Los ángeles de hielo”, me sorprendió muchísimo el giro del autor hacia la novela más gótica y oscura y quise comprobar por mi misma qué tal se desenvolvía en este nuevo terreno. Aunque el libro ha esperado más de un año en la estantería, al fin este verano he encontrado el momento para leerla, y debo decir que ha sido una grata experiencia, aunque con algún “pero”.

Imagino que es difícil y arriesgado montar una novela de esta envergadura sobre las bases de un género cuyos espacios han sido visitados tantas veces antes. El internado para niñas bien de principios de siglo ha sido ya mil veces escenario de espeluznantes historias, así que hay que aplaudir a Hill por acomodarse, con tanto acierto, es un lugar a priori tan trillado. A través del diario de Águeda, directora del centro, iremos conociendo los avatares de las niñas y profesores que lo habitan, una convivencia que se verá alterada por la llegada de Griselda, una alumna extraña e inquietante. Ha sido esta mi parte favorita de la novela: a través de la narración en primera persona y la ambientación del lugar, Hill consigue ponerte la piel de gallina en más de una ocasión, y recurre de nuevo con acierto al clásico recurso de hacernos dudar del narrador, al estilo de Henry James en “Otra vuelta de tuerca”.

Se alternan estos capítulos con otros narrados por un narrador omnisciente, protagonizados por Frederic Mayol, que trabaja como psiquiatra en el sanatorio mental que unos pocos años atrás albergó el internado.  De esta parte, me quedo sin duda con los personajes secundarios que pululan por el sanatorio, especialmente con un par de pacientes que resultan de lo más siniestros.

Muy cuidada resulta también la ambientación que hace de telón a esta historia, ofreciendo pinceladas de una Barcelona de principios de siglo en la que conviven las inquietudes intelectuales y el miedo a una guerra que ya ha empezado a hacer estragos en Europa, especialmente en Viena, donde vivió Mayol antes de su llegada a la ciudad condal.

A pesar de su larga extensión, la novela se lee con fluidez, la prosa de Hill es cómoda y sencilla y la trama es tan compleja que siempre anima a seguir leyendo a pesar de alguna pequeña bajada de ritmo. Sin embargo, al alcanzar la última parte, la novela busca un último giro imposible que, al contrario de lo que pudiera parecer, resulta previsible y hace que se pierda el interés justamente cuando la trama debería estar en su punto álgido. Un desenlace que me ha dejado un sabor agridulce.


No sirve ese final, en todo caso, como menoscabo para una novela bien armada, bien narrada y con un elenco muy interesante de personajes. Una novela que se agarra al juego de hacernos dudar entre distintas percepciones de la realidad, entre la cordura y la locura, para regalarnos unas horas de estupendo entretenimiento.

miércoles, 19 de julio de 2017

"El cuento de la criada", por Margaret Atwood.

Amparándose en la coartada del terrorismo islámico, unos políticos teócratas se hacen con el poder y, como primera medida, suprimen la libertad de prensa y los derechos de las mujeres. 

En la República de Gilead, el cuerpo de Defred sólo sirve para procrear, tal como imponen las férreas normas establecidas por la dictadura puritana que domina el país. Si Defred se rebela —o si, aceptando colaborar a regañadientes, no es capaz de concebir— le espera la muerte en ejecución pública o el destierro a unas Colonias en las que sucumbirá a la polución de los residuos tóxicos. Así, el régimen controla con mano de hierro hasta los más ínfimos detalles de la vida de las mujeres: su alimentación, su indumentaria, incluso su actividad sexual. Pero nadie, ni siquiera un gobierno despótico parapetado tras el supuesto mandato de un dios todopoderoso, puede gobernar el pensamiento de una persona. Y mucho menos su deseo.

Los peligros inherentes a mezclar religión y política; el empeño de todo poder absoluto en someter a las mujeres como paso conducente a sojuzgar a toda la población; la fuerza incontenible del deseo como elemento transgresor: son tan sólo una muestra de los temas que aborda este relato desgarrador, aderezado con el sutil sarcasmo que constituye la seña de identidad de Margaret Atwood. Una escritora universal que, con el paso del tiempo, no deja de asombrarnos con la lucidez de sus ideas y la potencia de su prosa.

Nolite te bastardes carborundorum
<<No dejes que los cabrones te hagan polvo>>

Creo que es justo decir, primero de todo, que mi visión de “El cuento de la criada” viene condicionada por el hecho de haber leído la novela de Margaret Atwood prácticamente al mismo tiempo que veía la adaptación televisiva creada por HBO. No hace falta, ya lo sé, que os hable del poder de la pantalla. Pero es que en mi caso, es imposible entender la novela sin tener en cuenta, por ejemplo, el impresionante trabajo que hace Elisabeth Moss metiéndose en la piel de Defred, y que a mí me ha servido para entenderla de otro modo, para sentir la novela de Atwood con una intensidad que es difícil alcanzar solamente a través de su lectura. Quizá también porque, en contra de lo que estamos acostumbrados, la serie se atreve a explorar aspectos de los personajes que no llegan a tratarse en el libro, pero lo hace, en todo momento, respetando el arco argumental propuesto por la autora para ellos. Así que sobra decir que os recomiendo ambas, novela y adaptación televisiva, y que inevitablemente aquí, en mis impresiones, se entremezclarán una y otra.

“Me gustaría creer que esto no es más que un cuento que estoy contando. Necesito creerlo. Debo creerlo. Los que pueden creer que estas historias son sólo cuentos tienen mejores posibilidades.”

Cuenta Margaret Atwood en el prólogo de “El cuento de la criada” que cuando escribió la novela, allá por 1984, tenía claro que no ocurriría nada en su mundo distópico que no hubiese ocurrido ya antes en el mundo real. Cierto es, como ella misma reconoce, que para alguien que nació en 1939 no es difícil imaginar el derrumbe de un sistema político, de una nación, en aras de un supuesto bien común. Así pues, no existe nada en Gilead que no exista en nuestro mundo. De hecho, el mayor acierto de esta historia es ese: que hoy día, más de treinta años después de su creación, la historia de Defred nos remite cada vez más al mundo en que vivimos. Porque sigue habiendo mujeres sometidas, mutiladas, violadas, violentadas de algún modo en distintos lugares del mundo. Porque la condición sexual sigue siendo motivo de muerte en algunos países. Porque la religión sigue controlando las vidas de muchos, aún en contra de su voluntad. Porque como June, Luke y Hannah, miles de familias tratan de alcanzar fronteras cargadas con sus hijos en los brazos, en busca de un lugar mejor.

“Hay más de una forma de ser libres, decía Tía Lydia. Puedes gozar de algunas libertades, pero también puedes liberarte de ciertas cosas. En los tiempos de la anarquía, se os concedían ciertas libertades. Ahora se os concede vivir libres de según qué cosas. No lo menospreciéis.”

Narrada en primera persona por la propia Defred, que aún alcanza a recordar el tiempo en que fue libre, cuando se llamaba June, antes del centro de adiestramiento, y que ahora trabaja como criada en casa de los Waterford. Allí habita despojada de toda identidad, el régimen decide qué ropa debe vestir, con quién debe hablar y qué día del mes deberá ser violada, con fines únicamente reproductivos y en presencia de la esposa, por el comandante y cabeza de familia.


Atwood construye una sociedad que nada tiene que envidiar a la que Orwell creó en “1984”, donde la mujer es sólo un recipiente que debe ser usado para la procreación, sin derechos de ningún tipo, donde se les prohíbe incluso leer. La atmósfera resulta opresiva, realmente aterradora en algunos pasajes, y cobra vida en la versión televisiva gracias a una espectacular fotografía y, de nuevo, a lo que hace Elisabeth Moss con Defred y que, me apuesto lo que sea, le valdrá un Emmy el próximo mes de septiembre.

“No quiero sentir dolor, no quiero ser una bailarina ni tener los pies en el aire y la cabeza convertida en un rectángulo de tela blanca, sin rostro. No quiero ser una muñeca colgada del Muro, no quiero ser un ángel sin alas. Quiero seguir viviendo, como sea. Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que les venga en gana. Por primera vez siento el verdadero poder que ellos tienen.”

No es “El cuento de la criada” una lectura amable, en ningún sentido. Se suma a lo duro de su temática el desarrollo, deliberadamente lento, lo reflexivo en ocasiones del monólogo de Defred y la prosa, cuidada y riquísima, a veces punzante e irónica, de Margaret Atwood. Pero bien merece la pena abordarla sin prisas, degustar despacio la progresión de Defred, porque al final, hay cosas que ningún gobierno, por poderoso y despótico que sea, puede frenar. Y bajo la toca y el vestido rojo que anula la identidad de Defred, resurge una June que batalla contra sí misma, contra el miedo y el deseo, contra las ganas de pelear, que pugnan por hacerse oír en un mundo en el que la única actitud aceptable es la resignación.

 “El miedo es un estimulante poderoso. Entonces llamaba a la puerta con suavidad, como lo haría un pordiosero. Siempre temía que él se hubiera ido; o, peor aún, que no me dejara entrar, que me dijese que no quería seguir quebrantando las normas, que no quería estar con la soga al cuello por mi culpa. […] Que nunca llegase a hacer nada de eso me parecía de una benevolencia y una fortuna increíbles. Ya te he dicho que el asunto se ponía feo.”

Ya veis que a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación original, estamos ante una novela cuyos argumentos siguen más vigentes que nunca, y quizá por eso le ha tocado volver a la palestra. Pero independientemente de los motivos, siempre es una suerte para el lector que se recuperen historias como esta, más en este caso, en el que además contamos con una adaptación televisiva mimada hasta el extremo, que ha contado incluso con el asesoramiento de la propia Atwood. Leedla. Y vedla.