La lectura y el comer son
dos placeres que sin duda maridan bien. Desde la sibarita copa de vino hasta
las más elementales chucherías o el socorrido café, siempre agrada tener algo
que llevarse a la boca mientras uno se sumerge en una historia contada con buen
pulso. Así lo ha visto Xabier Gutiérrez, y así ha sabido jugar en su ópera
prima a dos bandas, con gastronomía y crimen, dando lugar a esta interesante
“El aroma del crimen”.
A Vicente Parra, oficial
instructor de la Ertzaintza, le asignan dos casos que nada parecen tener en
común: el brutal asesinato de la diseñadora Elena Carrasco y la muerte,
presumiblemente a causa de una insuficiencia renal, del joven Christian José.
Pronto la investigación se verá vinculada al universo gastronómico de la
capital vasca: chefs, restaurantes de postín y relaciones complejas convergen
en una intrincada trama que hará las delicias de gourmets y amantes del género
negro.
Lo más destacable, sin
duda, es que Xabier Gutiérrez es cocinero antes que escritor, y por eso sabe
hallar siempre el símil y la metáfora aludiendo al paladar del lector. Olores,
sabores, texturas pueblan sus páginas, a veces rozando el exceso y ralentizando
un poco un ritmo que ya de por sí, no resulta vertiginoso. Pero es que no sólo
de cocineros va la cosa. A su manera, cada personaje contiene en él a un
gourmet, un sibarita en ciernes, como resulta ser el propio Vicente Parra, o un
experto en la materia, como algunos de los sofisticados jefes de cocina de los
restaurantes más caros de San Sebastián. Reconozco que algunos pasajes
referidos a la elaboración y presentación de los platos me resultaron casi
tediosos, a pesar de la buena capacidad descriptiva del autor y su buena mano
para integrarlos en la trama de la forma más sencilla posible.
La prosa de Gutiérrez se
lee con facilidad y agrado, resulta rica y hasta sorprendente en ciertas
ocasiones. No me ha satisfecho tanto el uso repetido del monólogo interior de
los personajes como recurso para recapitular y obligar al lector a teorizar. El
lector de novela negra, por regla general, sabe de qué va la cosa y ya teoriza
él solito, si gusta de hacerlo.