miércoles, 30 de marzo de 2016

"El aroma del crimen", por Xabier Gutiérrez.

La lectura y el comer son dos placeres que sin duda maridan bien. Desde la sibarita copa de vino hasta las más elementales chucherías o el socorrido café, siempre agrada tener algo que llevarse a la boca mientras uno se sumerge en una historia contada con buen pulso. Así lo ha visto Xabier Gutiérrez, y así ha sabido jugar en su ópera prima a dos bandas, con gastronomía y crimen, dando lugar a esta interesante “El aroma del crimen”.

A Vicente Parra, oficial instructor de la Ertzaintza, le asignan dos casos que nada parecen tener en común: el brutal asesinato de la diseñadora Elena Carrasco y la muerte, presumiblemente a causa de una insuficiencia renal, del joven Christian José. Pronto la investigación se verá vinculada al universo gastronómico de la capital vasca: chefs, restaurantes de postín y relaciones complejas convergen en una intrincada trama que hará las delicias de gourmets y amantes del género negro.

Lo más destacable, sin duda, es que Xabier Gutiérrez es cocinero antes que escritor, y por eso sabe hallar siempre el símil y la metáfora aludiendo al paladar del lector. Olores, sabores, texturas pueblan sus páginas, a veces rozando el exceso y ralentizando un poco un ritmo que ya de por sí, no resulta vertiginoso. Pero es que no sólo de cocineros va la cosa. A su manera, cada personaje contiene en él a un gourmet, un sibarita en ciernes, como resulta ser el propio Vicente Parra, o un experto en la materia, como algunos de los sofisticados jefes de cocina de los restaurantes más caros de San Sebastián. Reconozco que algunos pasajes referidos a la elaboración y presentación de los platos me resultaron casi tediosos, a pesar de la buena capacidad descriptiva del autor y su buena mano para integrarlos en la trama de la forma más sencilla posible.

La prosa de Gutiérrez se lee con facilidad y agrado, resulta rica y hasta sorprendente en ciertas ocasiones. No me ha satisfecho tanto el uso repetido del monólogo interior de los personajes como recurso para recapitular y obligar al lector a teorizar. El lector de novela negra, por regla general, sabe de qué va la cosa y ya teoriza él solito, si gusta de hacerlo.

Cierra “El aroma del crimen” un final satisfactorio, que da carpetazo con eficacia a la compleja trama urdida por el autor vasco. Quizá previsible pero certero, poniendo un adecuado colofón a una novela entretenida, que probablemente peca de algunos altibajos en el ritmo, poseedora de unos personajes carismáticos y bien perfilados y que deja, en general, buenas sensaciones. No me importaría, desde luego, leer la siguiente novela que ya hay publicada del autor para ver qué tal evoluciona su estilo.

miércoles, 23 de marzo de 2016

"La última salida", por Federico Axat.

“Ted McKay estaba a punto de pegarse un tiro en la sien cuando el timbre de su casa empezó a sonar con insistencia”

Tras la puerta, un completo desconocido que le ofrece una última salida, la posibilidad de seguir adelante. Un par de párrafos y Axat lo vuelve a hacer. En la misma medida en que Ted se va liberando, el lector va quedando atrapado en una madeja de circunstancias que iremos desentrañando poco a poco junto al protagonista, pasando por la incredulidad y la elaboración de teorías cada vez más complejas, que resultarán más o menos atinadas dependiendo de cuánto sepamos leer entre líneas. Porque todo está sobre la mesa desde el principio, a pesar de los giros imprevistos y los continuos cambios en la forma de enfocar la historia de Ted, si uno sabe buscar, encuentra.

“La última salida” bebe del thriller psicológico más clásico, con una atmósfera oscura y opresiva y unos personajes volubles y carismáticos, llenos de aristas, como prismas que no permiten ver todos sus lados de un vistazo, sino que han de girar y moverse para permitirnos conocerlos. Al respecto de la trama, es necesario acercarse a ella desde la más absoluta inocencia, si puede ser sin leer siquiera la sinopsis, predispuesto a dejarse llevar, para disfrutar de la historia como merece. Si alguien pretende desvelaros algo, pateadlo y corred.

El estilo de Axat se mantiene, como en sus anteriores novelas, ágil y muy cinematográfico, aunque sí se aprecia una cierta evolución, una madurez progresiva desde la prometedora “El aula 19” a esta “La última salida”, más pulida, más honda y más redonda. Vuelve a repetir, también, con ese golpe de efecto final que te deja noqueado durante días. Igual que me ocurrió con “El pantano de las mariposas”, la resaca post novela ha sido brutal. En ambos casos tuve que volver atrás, releer y tratar de dar con la trampa. Pero ya os digo que en ninguna de las dos historias la encontré. Todo estaba ahí, y había que saberlo ver.

Los que no la hayáis leído, imagino, estaréis saturados y hasta cansados de ver esta novela por todas partes. Espero que eso no condicione vuestra lectura ni vuestras expectativas. Espero de verdad que os animéis a darle una oportunidad, a esta o a cualquiera de las anteriores novelas del autor, porque os veréis en la obligación de añadir el nombre de Axat a vuestra lista de autor que hay que leer siempre que publique.

miércoles, 16 de marzo de 2016

"Caja negra", por Francisco Narla.

Después de varias semanas sumida en una sucesión malsana de libros empezados y no terminados, de lecturas agarradas con pocas ganas y abandonadas con una frustración tremenda, que no eres tú libro, que soy yo la que no está, la que no se centra, la que no se motiva… Ante semejante absurdo, no queda más que la impulsividad. Me puse frente a la pobre estantería, abarrotada de novelas con el brazo en alto, esperando ser leídas. Y cayó entre mis manos “Caja negra”, de Francisco Narla.

Estoy segura de que si no la habéis leído, al menos habéis oído hablar de ella. Cómo no hacerlo, dada la estratagema urdida por la editorial para venderla, aprovechando la conocida catástrofe aérea de Germanwings. Alguien, perdóneme Dios si me equivoco, leyó la novela muy por encima, dando lugar en su cerebro a un cortocircuito neuronal que decidió que era bueno aprovechar aquello para publicitar la novela de Narla. No voy a entrar a valorar nada en el terreno de la moral, allá cada cual, que la mía suele ser relajada y liviana. Pero en el terreno literario y de márketing, mucho me temo que el número de lectores que se acercó a la novela atraído por esa acción publicitaria debe ser directamente proporcional al de que aquellos que huyeron despavoridos. Y no hay motivo ni para una cosa ni para la otra, porque el problema, a resumidas cuentas, es que la novela se asemeja a lo que uno espera encontrar en ella como un huevo a una castaña.

Poco o nada sabe de aviones el bueno de Sinesio Amorós, que allá por los años setenta, se empeña, con su radio al hombro, en captar sonidos del otro mundo en lugares siniestros. En su periplo se encontrará con dos voces que pretenden transmitirle un mensaje. Desde los celtas hasta las archiconocidas caras de Bélmez, Narla nos invita a un recorrido, de la mano del entrañable Amorós, por algunos de los casos más emblemáticos de la historia de la parapsicología. En la otra línea temporal conocemos a Thomas Rye, un psicópata que bien podría haber escrito Brett Easton Ellis para que formara parte de su “American Psycho”. Thomas es piloto de una línea aérea de bajo coste, y tras su apariencia pulcra y atractiva, se esconde todo un depredador.

Como siempre, habrá una línea temporal que despierte más el interés del lector que la otra. En mi caso, mientras que el camino de Rye se me antojaba algo predecible y repetitivo, me encariñé rápidamente con ese torpe de Amorós. Aún así, el ritmo de la novela resulta algo irregular en ocasiones aunque uno llega a perder el interés, gracias a los capítulos más bien cortos y a la alternancia de ambas líneas temporales. Me ha gustado especialmente la forma en que el autor hilvana y entreteje varias historias, de cara al final, para dotar de un sentido global a la trama que nos ha presentado.


“Caja negra” es una novela recomendable para los amantes del thriller de tono pausado, alejado de giros vertiginosos, con una sugerente ambientación y la inclusión de varios hechos reales que dotan a la novela de empaque, aderezando con gracia los caminos de Amorós y Rye. Una buena historia, bien contada, cuya portada y demás adornos no deben despistar a ningún lector que quiera sumergirse en ella.

miércoles, 9 de marzo de 2016

"Hormigas en la playa", por Rafa Moya.

“Hormigas en la playa” es una de ésas historias que uno nunca esperaría encontrar tras su apariencia. Una de ésas a la que llegas por recomendaciones, de oídas, pero a la que quizá nunca habrías llegado por ti mismo. Bajo su aspecto algo anodino, tras un título no demasiado sugerente, uno no espera darse de bruces con una de ésas historias que actúan como espejo de nosotros mismos. Es inevitable encontrarse en la novela de Rafa Moya, en alguno de sus personajes y en sus obsesiones y frustraciones. Algo así como mirarse en un espejo de feria, de los que devuelven la imagen deforme pero reconocible de uno, en este u otro tiempo.

El reencuentro de Eric y Pau, treinta años después de los tiempos de instituto, supone para el primero el retorno a las obsesiones de antaño, a la necesidad de poseer, orquestar, dirigir. La relación de Eric y Pau, que se puede leer como romántica, como platónica o como una simple pasión mal comprendida, no volverá a ser como entonces, a pesar del empeño de Eric.

Un planteamiento mil veces visto, una sinopsis que nos puede llevar a error, porque lo mejor de “Hormigas en la playa” no es lo que cuenta sino cómo lo hace. Es la forma en la que Rafa Moya consigue que la frustración empape cada palabra, el modo en que te causa cierto malestar, una irreconocible incomodidad, porque nos jode que dentro de nosotros haya un poco de sus personajes.

En esa atmósfera sucia, compleja, oscura, tiene mucho que ver la Barcelona que el autor dibuja, alejada de la ciudad cosmopolita y vibrante que vemos desde fuera. La ciudad de Eric y Pau es un lugar gris, aquejado de una superpoblación de seres idénticamente aburridos, habitantes replicantes de un mecanismo mecánico, donde todos se mueven a las horas previstas, saliendo y entrando de soñadas jaulas de oro.

Siempre hay un pero, claro. Siempre hay que tratar de encontrar un pero. Quizá en su desarrollo, la trama es a veces algo irregular, en ocasiones decae el ritmo y uno se asfixia un poquito entre sus páginas. Es cierto también que a veces uno piensa que los recursos de Eric son demasiado sofisticados e inagotables. Todo eso lo piensa uno, como lector, pero se le olvida cuando cierra la última página, tras ése final perturbador, abierto y cerrado a un tiempo, que uno se queda masticando durante días. Un cierre que deja muy buen sabor de boca y eleva la sensación final que queda, dejándote convencido de que has leído una muy buena historia.

miércoles, 2 de marzo de 2016

"Una pasión rusa", por Reyes Monforte.

“¿Qué sería de los sueños si la gente fuese feliz?”

“Una pasión rusa” juega a los contrastes desde su título, combinando la adjetivación siempre ardiente de la pasión y el frío atroz de las tierras rusas. Así funciona la novela, tintes de luz y pasajes sombríos, belleza y atrocidad conviven en las páginas de la biografía novelada de Lina Codina que escribe Reyes Monforte, una autora con la que me he encontrado aquí por vez primera. Estructurada en cuatro partes, de Nueva York a El gulag, pasando por la luminosa París y la opresiva atmósfera del Moscú comunista, Monforte sigue los pasos de Lina Codina, reconvertida en Lina Prokofiev al casarse con el genial compositor ruso.

Cuatro partes que han creado en mí sensaciones muy distintas. Confieso que al comienzo me deslumbró el exceso de luz y champán, que me produjo cierta incredulidad el amor incipiente entre Lina y Serguei, que no llegaba a conectar del todo con una historia que me parecía que estaba bien escrita, sin más.

 El traslado a París y el carácter cada vez más difícil de Prokofiev caldearon un poco mi relación con la novela, aderezada con visitas al Le Boeuf sur le Toit, las referencias a la vanguardia artística, la aparición de Kiki de Montparnasse y Coco Chanel… Seda, champán, abrigos de piel y ésa inenarrable sensación de libertad del París de los años veinte me conquistaron casi del todo. Quizá eché de menos que la presencia de ciertos personajes fuese más allá de la mera anécdota (Chaplin, Picasso…), como si aquellos nombres estuvieran ahí sólo como adorno, como reclamo, nada más.

 La atmósfera de la novela se transforma con la llegada de la familia Prokofiev a Moscú. No quisiera ir más allá, no vaya a ser que alguien sienta que estoy contando demasiado. Pero aquí jugamos de nuevo a los contrastes, y la atmósfera de libertad imperante en París se transforma aquí en pura opresión, en miedo, en caminar por la calle girando la cabeza constantemente y hablar siempre en voz baja. Se acabaron el champán y el visón. Aquí se puede leer la mejor versión de “Una pasión rusa” y de la prosa de Reyes Monforte, con la narración de la debacle emocional de Lina.

Una debacle que continúa en la cuarta parte, cuyo título ya es lo suficientemente elocuente, y que me gustó casi tanto como la anterior, a excepción de alguna referencia final donde he intuido, de forma demasiado evidente, el ideario personal de la autora.

Como veis, me gustó en líneas generales "Una pasión rusa", y me gustó aún más conocer a Lina Prokofiev, una mujer con un carácter y una fortaleza que ya quisiera yo para mí. A pesar de algún altibajo en el ritmo narrativo, la novela se lee con agrado y gustará a los amantes del género histórico, pero también a aquellos que simplemente buscan buenas historias.